«Lo importante no es lo que te sucede, sino cómo reaccionas ante lo que te sucede.» Epícteto
La vida tiene tanta fuerza que, aunque nos empeñemos, no la podemos domar. Ella no se adapta a nosotros, vamos juntos en un intercambio y nuestro destino viene dado por la suma de nuestras acciones y las situaciones que se nos presentan en el camino.
Esto es así. Si hay vida, también hay amor y dolor. Y hay muerte.
Poco ( más bien nada) se puede hacer para evitar la muerte. Pero el dolor, eso es otra cosa. El dolor tiene un componente subjetivo que se puede gestionar.
Algunas veces será fácil y bastará con detenernos a reflexionar sobre cuáles de aquellas cosas o situaciones que consideramos necesarias para ser felices realmente lo son. Cuando dejamos de necesitar cosas o situaciones el nivel de presión que ejercemos sobre nosotros mismos disminuye. ¡Sufrimos menos!
Tomar esta decisión de soltar, de ser flexibles y aceptar en positivo los cambios que se nos van presentando, no es sinónimo de conformismo. Todo lo contrario, es una práctica valiente que requiere de mucho esfuerzo para ver que los problemas son retos a superar a partir de los que podemos aprender mucho.
Otras veces, como al experimentar la pérdida de un ser querido, una mala situación económica o un empeoramiento en la salud; la gestión de nuestros pensamientos y emociones va a requerir del mayor esfuerzo. No obstante, la capacidad de superar las situaciones adversas que se presentan y extraer de ellas un aprendizaje positivo está en todo ser humano y es una filosofía de vida a la que muchos llaman resiliencia.
Hay opiniones divergentes sobre si unas personas nacen más o menos resilientes que otras. Lo que sí está claro es que ésta es una actitud que se puede aprender a desarrollar si se le dedica tiempo y esfuerzo. “Volviendo a casa”, buscando un momento para alejarnos del ruido de todo y encontrándonos en silencio ante nosotros…comienza el diálogo. ¿Qué sentido tiene la vida? ¿Qué es lo que verdaderamente nos da la felicidad? ¿Hay que luchar o, más bien, nos tenemos que adaptar lo más amorosamente posible a los acontecimientos?¿Merece la pena vivir plenamente a pesar de todo?