31 Oct Claves para una vida más libre
Hace poco aprendí a distinguir las olivas de las acebuchinas. Bueno, de hecho, ni siquiera sabía que existían, solo conocía las olivas. Pero he visto ambas, cada una en su árbol, y sí, es verdad, si no lo sabes, puedes pensar que una acebuchina es una oliva esmirriada, peculiar, pero a fin de cuentas, oliva. Y no es así. Cuántas veces en la vida nos cuelan «gato por liebre»… Con cuántos autoengaños vivimos que ni siquiera queremos cuestionarnos… Nos creemos felices pensando que una acebuchina es una oliva, que lo que hago no es bueno, sino buenísimo, que somos suficientemente listos como para que no se nos cuelen engaños del Malo. Pero si encima se nos une un sufrimiento importante en la vida, la mezcla de sentimientos, emociones, mociones y autoengaños puede llegar a ser un cóctel molotov bastante importante, una «bomba de tiempo», o una oportunidad de purificación. Depende.
A esa «criba» del bien y de lo mejor le llamamos discernimiento. Y a esa «flexibilidad» para encajar los golpes y heridas de la vida, le llamamos resiliencia. Dos claves fundamentales para una vida más libre y más feliz. Porque ¿quién no quiere sentirse libre? ¿Quién no quiere ser tremendamente feliz? No es sencillo defender que libertad y felicidad van asociados y que además si no se conjugan con el verbo amar, no resultan nada. Pero es así. En este número de Mater Purissima hemos querido entrevistar a los mejores en cada uno de estos temas y el resultado es una gran reflexión que os invito a leer.
Somos seres relacionales. Dios nos hizo así. Solo el hecho de poder contar a otro todo lo que sentimos es un alivio cuando sufrimos. Lo es también no caminar solos por la vida cuando las emociones nos confunden, nuestros intereses se nos cuelan, y con todo ello queremos elegir no el bien, sino lo mejor (que en nuestro caso es la voluntad de Dios). Necesitamos del otro. [pullquote]La libertad y la felicidad emergen cuando no nos atan nuestros intereses[/pullquote]Hay muchos caminos en esta vida que no podemos recorrer solos, sobre todo si se trata de experiencias, vivencias profundas, decisiones importantes, emociones fuertes. Me gusta pensar que si Dios nos ha hecho así es porque somos imagen y semejanza de su Amor (Dios es tres en uno). La libertad y la felicidad emergen rápido cuando no nos atan nuestros propios intereses y a la vez tenemos en cuenta nuestras emociones. Esto supone un don de Dios que hay que pedir. Cuando yo no sé qué hacer en un asunto, doy tres pasos: 1) Orar con la Palabra de Dios, 2) llamar a una amiga que pueda escucharme y 3) conectar en silencio con mi interior. Me parece que esto nunca me ha fallado.
No es fácil descubrir los autoengaños, tampoco es fácil vivir en clave positiva la vida. Sufrir sin amargarnos y sin hacer daño a otros, elegir sabiendo lo que Dios quiere para nosotros y que en su voluntad está siempre nuestra felicidad, no se improvisa. El papa Francisco lo sabe y nos invita a ser en la Iglesia un «hospital de campaña» que cure heridas. He visto mucho dolor en mi alrededor, he tocado muchas heridas viejas aún sangrantes, me he convencido de que solo la misericordia sana de verdad y he comprendido que ese es el amor más sublime y tierno que podemos practicar. Recordemos que «nada es pequeño en el amor. Aquellos que esperan las grandes ocasiones para probar su ternura no saben amar» (L. Conan).
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