01 Feb El remolino de la mundanidad
Virtuosa, abrumadora e imaginativa, la última película del cineasta Paolo Sorrentino esculpe un bellísimo y feroz retrato de La Dolce Vita romana. Para ello cuenta de nuevo con su alter ego, el actor Toni Servillo, convertido para la ocasión en un inspirado trasunto del Mastroianni felliniano. Servillo da vida al escritor Jep Gambardello, personaje de nombre excesivo que remite a aquel autodenominado como frívolo de Titta di Girolamo en Las consecuencias del amor, quizá la mejor de su muy recomendable filmografía. La gran belleza emprende, como la novela de Louis-Ferdinand Céline, un Viaje al fin de la noche, y con la siempre subyugante cá- mara de Sorrentino por las aguas que separan lo viejo y lo nuevo. Como ese maravilloso e imperdible plano secuencia final para los créditos navegando en calma sobre el río Tiber, alma legendaria fundacional de Roma. Por momentos, La gran belleza parece una perversión pasoliniana de Marienbad, pululando entre los ampulosos y monumentales escenarios de una ciudad poblada de personajes midiendo su mezquindad. Absolutamente magistral resulta su secuencia de apertura, enfrentando formalmente, cual díptico romano, la Roma luminosa de los turistas con las desfasadas fiestas noctámbulas de una fauna autóctona para la que la mañana es sólo un objeto desconocido.
Título: La gran belleza. Director: Paolo Sorrentino. Intérpretes: Toni Servillo, Carlo Verdone, Sabrina Ferilli, Serena Grandi, Isabella Ferrari, Giulia Di Quilio, Luca Marinelli y Giorgio Pasotti.
Autor: Iván Bort es profesor del CESAG y Doctor Europeo en Ciencias de la Comunicación. Artículo publicado en la edición número 148 de Mater Purissima.
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