24 Mar Izaskun Sarabia: Amistad y privacidad virtual y real: mismos conceptos, diferentes significados
FOTOGRAFÍA: MARK NYE
Hace poco, un chico de 13 años, bastante triste, me comentaba que se había dado cuenta de que los compañeros de clase eran eso, compañeros, no amigos. Esa reflexión que alcanzamos al cabo de los años, el de diferenciar entre conocidos y amigos se está desvirtuando en esta modernidad líquida que llama Bauman. Este sociólogo señala que las relaciones sociales actuales son precarias, volátiles e instantáneas. Como el Cola Cao, añadiría yo. Si intentásemos definir qué es la amistad, estaríamos de acuerdo con Aristóteles: «la amistad exige un querer recíproco, conocido y reconocido por las dos partes».
En las redes sociales, la amistad se torna en un concepto más amplio, creando una simbiosis con la comunicación, donde lo importante no parece ser la calidad de las relaciones, sino más bien el número de amistades y seguidores con los que se cuenta en un perfil. No existe la distinción entre amistades y personas conocidas, todas se engloban bajo la etiqueta de «amigo»: 200, 300, personas ¡Qué mínimo! Pero se ha demostrado que las relaciones sociales tienen un tope a nivel biológico, marcado por el tamaño y la capacidad de proceso del neocórtex.
Este límite es de 150 personas. Cuando se incrementa, la cohesión social se deteriora, no se puede retener ni mantener una relación de calidad. Esta necesidad de ampliar el número en las redes sociales, esta impulsividad en la que especialmente la juventud tiene como rasgo de su etapa etaria, provoca un narcicismo digital y un voyerismo social digital.
Nuestras relaciones sociales tienen un tope biológico: 150 personas. Más allá, no hay una relación de calidad
Este narcisismo digital es el que hace que la persona busque la adulación e impacto de sus intervenciones virtuales en el público que «le sigue» en una determinada red, sin importarle realmente la eficacia real que puedan tener estas intervenciones. La socialización a través de las redes sociales implica un proceso constante de economía de la atención y para lograr destacar del resto se intenta ser interesante, original, divertido, ocurrente, etc. Las redes sociales se asemejan a un enorme escaparate donde las personas presentan la imagen que quieren dar de ellas al mundo exterior, sea real o no (es decir, que esté ajustada a la realidad offline).
Esta empresa de atractivos provoca un voyerismo digital amplificado a un espectro social y movido desde el puro narcisismo digital. En este limbo de relaciones de amistad, se pueden saber datos más personales de gente con la que no se tiene un contacto fuera de la red social que con quienes se interacciona a diario en el mundo offline: qué come, qué le gusta, acompañando esta información casi siempre con imágenes. ¿Hasta qué punto nos vendemos en la red para conseguir un nuevo «me gusta», un «amigo», otro «seguidor»? ¿Nos encontramos ante un «vale todo»? El mayor valor es la persona, y eso es algo que no ha de cambiar nunca.
Izaskun Sarabia. Doctora en Educación por la Universidad de Deusto
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