01 Jun La necesidad de poner límites
Todo tiempo pasado fue mejor. Los niños, entonces, sí sabían comportarse, y contaban con padres que sí sabían como manejar a sus retoños. Por eso, a mediados del siglo XIX, un chaval muy creativo, con once años ya, reunió a su pandilla de amigotes. Sabían como pasarlo bien en su tiempo libre, evidentemente sin molestar a sus mayores: por eso, fabricaron un cañón, aprovechando que habían encontrado por el campo un tronco de árbol hueco. Tanta maña tenía el grupo que lograron fabricar pólvora y mecha, la encendieron y volaron la puerta a un vecino. Este joven modelo se llamaba Santiago Ramon y Cajal, para más señas premio Nobel de Medicina. Tres siglos antes: una niña de 7 años convence a su hermano Rodrigo para fugarse de casa. Un tío, de casualidad, los encuentra a la salida del pueblo y aborta el intento. Sin conocer más detalles, la reprimenda en casa debió de ser antológica. Más tarde, la llamaron Santa Teresa de Jesús.
«No sabemos si los niños se portan peor que antes, no existen estudios» al respecto, relata Manuel Gámez (sites.google.com/site/mgamezguadix/), doctor en Psicología por la Universidad Autónoma de Madrid (UAM). «Simplemente, la sociedad y los problemas que se abordan son diferentes. Ahora existe mucha más información, más visibilidad y eso nos puede llevar a pensar que la situación es peor. No creo que eso sea así. La sociedad es más democrática y ha avanzado hacia un mayor reconocimiento de los derechos de los menores, y eso es positivo. Sin embargo, se enfrentan nuevas problemáticas», agrega este investigador, que participa en el International Parenting Study (IPS), un proyecto transcultural sobre pautas educativas y disciplina parental que realiza un consorcio de investigadores en más de 20 países de todo el mundo.
¿Conclusiones? Según los países, los estilos de crianza son diferentes. «Nuestra cultura (en España) es más colectivista y promueve en mayor medida la vinculación con la familia extensa. La educación de los hijos, a menudo, se lleva a cabo con una fuerte participación de ella. Culturas más individualistas, como EEUU, promueven más independencia y autonomía del individuo, lo cual hace que la educación esté más enfocada a lograr esa individualidad. Ningún modelo es mejor que otro, simplemente distinto», asevera Gámez.
Dicho esto, ¿son necesarios los límites en educación? La respuesta de los especialistas consultados por Mater Purissima es un sí rotundo. «Los límites garantizan seguridad a los niños. La falta de ellos provoca el crecimiento de niños poco seguros de sí mismos, menos autónomos y que no saben cómo gestionar su ansiedad», describe María Jesús Comellas, profesora emérita de la Universitat Autònoma de Barcelona (UAB) y fundadora y coordinadora del Grupo de Investigación en Orientación y Desarrollo Educativo (GRODE, www.grode.org), que entre sus líneas de trabajo analiza la violencia en las aulas.
Autoridad, no autoritarismo
Esta necesidad de implantar límites en la educación no implica carta blanca para actuar de cualquier manera: «hay que diferenciar autoridad de autoritarismo», recalca Comellas, «educar en poner límites no es ponerlos de manera chapucera, ni ser injusto o recurrir al manido ‘aquí mando yo’. Tampoco se trata de ser demasiado ‘buena gente’, porque los adultos nos agobiamos demasiado con este tema. El rol paterno de la autoridad se ha fragilizado, pero ser demasido ‘buena gente’ tiene consecuencias».
El recurso a la agresividad para imponer límites, o la sobreprotección, darlo todo hecho, puede tranquilizar a los padres en el momento, pero tiene una consecuencia: «la replicación del modelo en el adolescente. Si tanto controlamos a nuestros hijos, que interiorizan la lección de que amar es controlar, cuando tengan 13 o 14 años e inicien sus relaciones de pareja, pensarán que amar es controlar el móvil de su pareja», describe gráficamente la autora de libros como No se lo digas a mamá: escritos de abuelas y abuelos educadores o Familia y escuela: compartir la educación.
«Los límites son necesarios para que el niño se sienta seguro o protegido: construyen la autoestima y permiten predecir las reacciones de los padres a determinados comportamientos, son una referencia, aportan claridad. Sin ellos, el niño tendrá dificultad para aprender a postergar deseos y tampoco sabrá encajar una negativa. Muchos padres afrontan con temor este tema, porque no quieren defraudar a sus hijos y temen ser considerados autoritarios, pero saber poner límites es una vacuna a la ansiedad y a la agresividad en el adulto», apostilla Luis Torres, coordinador en la parte clínica del Centro de Psicología BIEM (www.rocioramos-paul.com), quien aconseja a padres y educadores, «elegir una manera de actuar, y ser coherente y constante. Tampoco no hay que hacer un catálogo exhaustivo de normas. Un niño de dos o tres años, con que tenga claras dos o tres, es más que suficiente. La educación es el proceso más largo que existe, y requiere un esfuerzo sostenido en el tiempo. Pero está claro que un niño al que no se han enseñado límites, difícilmente los aceptará cuando tenga 16 años»:
Gámez apunta que «los límites son absolutamente indispensables en la vida de cualquier persona. Ayudan a aprender normas básicas de regulación emocional y conducta, y por tanto, ayudan a organizarse. Han de tener dos características: ser razonables y razonados. Los límites razonables y razonados se interiorizan y se cumplen mejor que los límites arbitrarios. Además, hay que ser consistentes. Los límites que cambian contínuamente, en función del estado de ánimo del educador, no son efectivos. Han de ser pocos, razonables, consistentes y enfocados hacia el respeto al otro».
A este respecto, Manuel Gámez, que también participante en los trabajos del grupo de investigación Deusto Stress Research, destaca que los dos errores más habituales que se comenten en la crianza a la hora de abordar el establecimiento de límites, «son la arbitrariedad y la inconsistencia. No ser autoritario no significa dejar de aplicar disciplina a los hijos. Más bien lo contrario: significa aplicar normas de manera coherente, de forma que el menor pueda interiorizar un modelo adecuado de conducta. El papel del afecto, junto con las normas, es fundamental».
Autonomía y negociación
María Jesús Comellas señala que uno de los principales objetivos de la educación es la construcción de la autonomía de la persona. Esta cuestión es básica a la hora del establecimiento de límites, y con múltiples implicaciones en la construcción del carácter de la persona. Valora que es bueno, «negociar e incentivar su participación en la toma de decisiones, más obligado cuando mayor es el niño. A un tema determinado, como el cuándo y cómo dejar ordenada la sala o la cocina, ¿qué solución le pondrías? Esto implica confianza en él. Darles todo hecho supone destruir la seguridad en sí mismo y en sus capacidades. Hay mucha infancia egocéntrica y dependiente, incapaz de sentir empatía por el otro por estos errores, y esto se produce por los errores en la fijación de límites».
Para Comellas, «el niño no sufre porque se le impongan límites, lo que no soporta es la ambivalencia. Hay que diferenciar entre que una cosa no le guste, con que no tenga capacidad para entenderla. Son dos temas muy diferentes. No hay que disfrazar la realidad, los límites buenos en las familias han de respoder a las necesidades de lo que se va a encontrar en la vida el propio niño. La prioridad en el establecimiento de normas no es tanto el ser obedecido, sino el que el niño aprenda a ganar esta capacidad de autocontrol», de saber tolerar frustraciones, negativas .
¿Rabietas o enfados como reacción? Existen y existirán, según esta doctora en Psicología y profesora emérita en el departamento de Pedagogía Aplicada de la UAB, «no deben extrañar ni podemos esperar que podrás educar a los niños sin que aparezcan. Lo que deben aprender es que expresarlos no les servirá de nada. Nos cuesta asumir los criterios que expresamos verbalmente, y esta falta de coherencia los niños la notan enseguida. ¿Que no quiere comer un plato en concreto y amenaza con vomitar al primer bocado? Responde con serenidad. Dile que no pasa nada, que coma, y que si ocurre, luego tendrá que limpiar y que tú lo ayudarás. Hay que mostrar las consecuencias de sus actos, y aplicar un refuerzo positivo, felicitarle y apoyar todo lo que hace bien», asevera.
La exigencia del hijo perfecto
Para Luis Torres, «el problema, en muchos padres, es la voluntad de crear el hijo perfecto, y cuando eso ocurre, nos pasamos de exigencia.. La perfección no existe, y si la hubiese, sería muy aburrida. También existe otro tema recurrente: todo el mundo se cree en la obligación de opinar en la crianza. Los límites son la enseñanza de la canalización de nuestros sentimientos. La respuesta a la rabieta debe ser transmitir que con ella no va a conseguir lo que se quiere. Hay que elegir muy bien qué digo y cómo. El tiempo puede ser un hándicap en muchas familias. La lección es siempre cuidar más la calidad» del tiempo pasado en común.
Evitar el ‘haga lo que haga, estoy castigado’
Igualmente, Luis Torres, licenciado en Psicología por la Universidad Pontificia de Salamanca, llama a ser muy cuidadoso con la aplicacion del castigo: «mucho ojo con el castigo generalizado y las etiquetas, porque lo que va a interiorizar el niño es que ‘haga lo que haga, estoy castigado’. Si quieres obtener resultados diferentes, tendrás que intentar estrategias diferentes». Por otro lado, poner una ‘etiqueta’ de niño malo suele convertirse en una profecía autocumplida. «La diferencia entre unos padres y unos educadores que ejercen la autoridad, y otros autoritarios, es que los primeros centran su acción en el refuerzo de los comportamientos positivos», estima el autor junto a Rocío Ramos-Paul de Niños: instrucciones de uso. «Una autoridad más basada en el miedo que en el respeto no funciona. Es verdad que en muchas aulas del pasado los profesores se hacían respetar (por las convenciones sociales del momento). ¿Pero eso quiere decir que los niños atendían lo que decía el profesor , si no les interesaba?». La respuesta pasada, sencilla. La de hoy, en construcción.
El acoso
La realidad del acoso escolar, el ‘bullying’ entre compañeros en la escuela es una realidad incómida. Una encuesta realizada por la ONG ‘Save the children’, en base a 21.487 alumnos de Secundaria ofreció datos concluyentes: uno de cada diez estudiantes entrevistados señaló que había sido víctima de acoso, la mitad admitió haber insultado a otro compañero y un tercio reconoció haber agredido a otros estudiantes en los últimos dos meses. Las entrevistas del trabajo, realizado en colaboración con la universidades Autónoma de Madrid y de Córdoba, se realizaron entre septiembre de 2014 y junio de 2015. En base a una extrapolación de datos, las potenciales víctimas de acoso y ciberacoso en España se sitúan entre 193.000 las víctimas y 103.000 los agresores. Un aspecto curioso y que es común a víctimas, pero también a agresores, es un bajo nivel de autoestima. Andrés Conde, director general de Save the Children España, señaló que «como sociedad, no podemos permitirnos fallar a niños que sufren situaciones de estrés o de ansiedad».
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