Una vida plena: una vida libre

«Al hombre se le puede arrebatar todo salvo una cosa: la última de las libertades humanas —la elección de la actitud personal ante un conjunto de circunstancias— para decidir su propio camino». Esto lo dice Víctor Frankl desde el campo de concentración de Auschwitz. También dice: «Es esta libertad espiritual, que no se nos puede arrebatar, lo que hace que la vida tenga sentido y propósito».

Se puede ser libre viviendo los horrores de Auschwitz y se puede ser esclavo viviendo sin ninguna barrera fisica. Lo hemos visto en presos políticos, en algunas víctimas del Holocausto, y en el mismo Jesús de Nazareth crucificado. Y, por el contrario, en drogadictos, o en borrachos tirados en las aceras, o compradores compulsivos, o en esclavos de los videojuegos. El asunto de fondo es ¿qué nos lleva a una cosa o a la otra?, ¿qué tiene el ser humano que lo dirige hacia la libertad o hacia las cadenas?

Está claro que la información no basta. Nadie de entrada quiere caer en ninguna adicción. Más o menos todos conocemos los efectos y consecuencias de lo que nos hace esclavos. Se informa bastante, pero se acompaña poco. Cuando nos topamos con un adicto (a lo que sea), nos encontramos con unos síntomas inconfundibles: ansiedad, vacío interior, tristeza, pérdida del control del tiempo, orientación compulsiva hacia algo o alguien, etc. En definitiva una persona abocada al automatismo que le destruye por dentro. Pero una persona libre, en cambio, tiene una vida plena: ilusión, esfuerzo, control de la dirección de su vida, alegría, capacidad de decisión propia, autodominio, empatía, etc. El problema está en que la sociedad solo se construye a partir de seres libres. Y nuestra responsabilidad es construir personas que piensen y decidan por sí mismas hacia el bien propio y común.

Una misma realidad puede ser un acicate o una rémora, un sentido o un vacío

Es imposible formar seres libres sin un acompañamiento personal. La mejor prevención de la adicción es el cuidado espiritual y psicológico de la persona. Muchos jóvenes lo tienen todo materialmente y viven sobreprotegidos, pero no tienen adultos de referencia con quienes conversar, sentirse acompañados y aconsejados, que con su ejemplo les resulten un reto para su vida o que les indiquen caminos apasionantes de vida plena, de construcción positiva de la sociedad. Un adicto no puede ser inconformista, ni luchador, ni constructor de nada, porque vive atado, su tiempo y su emoción está fija en otra cosa. Y no puede ser feliz.

No culpemos a las dificultades. Una misma realidad puede ser un acicate o una rémora, un sentido o un vacío para la vida. Si por dentro estamos sanos de heridas emocionales y espirituales, si tenemos por quién vivir y por quién sufrir, si nos sentimos atraídos por referentes positivos, las circunstancias solo pueden abocarnos a la lucha, a la esperanza, al esfuerzo, a estar vivos y llenos de sentido; no a la adicción, ni a amores esclavizantes. «Muchos de los prisioneros del campo de concentración creyeron que la oportunidad de vivir ya les había pasado y, sin embargo, la realidad es que representó una oportunidad y un desafío: que o bien se puede convertir la experiencia en victorias, la vida en un triunfo interno, o bien se puede ignorar el desafío y limitarse a vegetar como hicieron la mayoría de los prisioneros» (Víctor Frankl). Los adultos tenemos una enorme responsabilidad con los jóvenes. Regalémosle una vida plena.


Xiskya Valladares. Doctora en Comunicación. Licenciada en Filología Hispánica y Másteres en Periodismo y Dirección de Centros Educativos

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