02 Mar «La moral es la aplicación concreta de la fe»
Profesor en la Universidad Pontificia de Salamanca durante 35 años, José Ramón Flecha señala que en la investigación genética, la clave de la decisión debe ser «la misma dignidad de la persona». Destaca que los valores cristianos deben fundamentarse «en la razón y en la fe».
La Cámara de los Comunes británica aprobó recientemente una revolucionaria técnica que utiliza material genético de tres personas para la reproducción asistida. La concepción, a partir de ahora, ya no será sólo un tema de dos. El objetivo es evitar la transmisión de enfermedades. Hay quien apunta al riesgo de poder elegir hijos ‘a la carta’ ¿Debe tener límites la investigación genética? ¿Por qué y quién los decide?
Son muchas preguntas en una y se requerirían muchas respuestas y muy matizadas. Voy a limitarme a dos puntos. Durante algún tiempo se ha afirmado que la ciencia, la técnica y la investigación habían de marcarse sus propios limites. No se admitían propuestas éticas. Para asombro de muchos, los abusos en el ámbito de la ecología han demandado una orientación que ha empezado a llamarse ecoética. Algo parecido ocurre en el ámbito de la biotecnología. Yo mismo pertenezco, junto a expertos de diversos países, al Comité de Ética del Banco Nacional del ADN. La clave de la decisión es antropológica, es decir, la misma dignidad de la persona humana. Respecto al caso aprobado por la Cámara de los Comunes, junto a un eventual beneficio, surgen muchas preguntas éticas. Es interesante ver que han sido los judíos los que han levantado la voz ante técnicas de este tipo. Teniendo en cuenta la importancia que tiene para ellos la pertenencia a una tribu de Israel, son muchos los que se preguntan dónde situar a las personas «producidas» por estas y otras técnicas. Con demasiada frecuencia se olvida que la vida humana ha de nacer del encuentro de amor de un hombre y una mujer. Se afirma el derecho a tener un hijo, pero casi nunca se alude al derecho del hijo a ser engendrado en un matrimonio.
Los valores de nuestra sociedad han cambiado radicalmente con el paso de los años. Cambian también según países y culturas, ¿es posible hoy día una moral, una ética universal? ¿Pone en discusión esta realidad los valores cristianos?
Con Ortega y Gasset, yo creo que los valores son objetivos y universales. Lo que cambia es nuestra percepción de los mismos y los criterios con los que establecemos una jerarquía entre ellos para colocarlos en un orden de prioridades. Ese proceso de jerarquización cambia según el tiempo y el lugar en los que vive la persona, según la cultura, la ideología y la familia, pero también según los intereses de la misma persona. Siempre ha sido muy difícil un acuerdo ético universal. Hoy vemos las enormes diferencias entre una ética musulmana y una ética cristiana. Aún en el ámbito cristiano, vemos diferencias entre la ética protestante y la ética católica. Y, dentro de la familia católica, nuestras diferencias son a veces llamativas. Los valores cristianos han de fundamentarse en la razón y en la fe. Pero la razón se casa con cualquiera, como ya decía Lutero. Y la fe del practicante a veces no logra dialogar con la del creyente no practicante o la del practicante no creyente. Sin embargo, cuando no somos el sujeto agente sino el paciente, todos apelamos a unos valores que deberían ser aceptados y defendidos por todos. Nos manifestamos en público cuando son asesinados unos dibujantes en París, pero nos quedamos tan tranquilos cuando son asesinados unos cristianos frente a una playa de Libia. ¿No es igual para todos el valor de la vida humana?
¿Los debates del Sínodo de la Familia implican un replanteamiento de la moral tradicional? ¿Puede tener efectos en la moral de la persona?
Yo creo que el Sínodo sobre la Familia no implica un replanteamiento de la moral tradicional. En primer lugar, porque habría que preguntarse si existe una moral tradicional y qué es lo que contiene. Habría que recordar las diversas formas de concebir la familia a lo largo de los siglos y a lo ancho del mundo. Pero no quiero caer en el habriaqueismo, como dice el Papa Francisco. Por otra parte, la familia no es sólo un problema. Es también una promesa y una profecía. Y, aunque esté afectada por algunos problemas, me parece que, una vez más, estamos cayendo en el simplismo de reducir los problemas de la familia a uno solo: el de los divorciados que han contraído una nueva unión y desearían recibir la Eucaristía. Y aun en ese caso, hay muchas situaciones diferentes. El itinerario penitencial propuesto por el cardenal Walter Kasper me parece un camino muy adecuado. Invito a todos a leer pausadamente el Instrumento de trabajo para la próxima asamblea sinodal. Además, no es fácil ver cómo se armonizan valores importantes como la fidelidad y la felicidad, el bien de la pareja y el bien de los hijos. Tal vez sea este el momento para preguntarse si los cristianos que se casan «en una iglesia» han aceptado el significado de casarse «en la Iglesia» de Jesucristo. ¿Es que todos aceptaban ya de entrada la unicidad, la definitividad, la fecundidad, la indisolubilidad del matrimonio? ¿No habrá más matrimonios «nulos» de los que habitualmente se piensa? Por otra parte, ¿qué espera Jesucristo de los matrimonios que se dicen cristianos? Y finalmente, ¿coincide siempre un matrimonio de cristianos con una familia cristiana?
¿Puede existir espiritualidad sin moral? Durante mucho tiempo, han parecido esferas separadas.
«Han parecido», eso es. En nuestros estudios teológicos la espiritualidad y la moral se separaron con ocasión del plan de estudios impuesto por la emperatriz María Teresa de Austria. Desde Moisés hasta Jesús, desde San Pablo hasta Santa Teresa de Jesús o San Juan de Ávila, la espiritualidad y la moral han estado unidas. Y han de mantenerse unidas. La moral es la aplicación concreta de la fe. En el Sermón de la Montaña, Jesús nos ha dicho: «Sed perfectos como vuestro Padre celestial». Es decir: «Sed misericordiosos como vuestro Padre celestial». Esa es la clave de la moral y de la espiritualidad.
Ha profundizado mucho sobre las raíces cristianas de Europa. ¿La construcción europea se realiza ahora en base a estos valores?Lamentablemente, no. Los padres de la Unión Europea, Adenauer, De Gasperi y Schumann eran profundamente cristianos. Como se sabe, la bandera de la UE se diferencia de la de los EE UU en algo muy importante. Aquí, las estrellas no representan a los estados miembros. Los fundadores se fijaron en la corona de doce estrellas de la Virgen María sobre fondo azul que se encuentra en la vidriera del ábside de la catedral de Estrasburgo. Pero ya vimos que el proyecto de constitución de la UE evitaba voluntariamente aludir a las raíces cristianas. Deberíamos leer aquel opúsculo de Benedetto Croce que se titula Por qué no podemos menos de decirnos cristianos. Con razón subraya él que los conceptos que se refieren a la dignidad de la persona serían incomprensibles sin el cristianismo.
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