Una experiencia inolvidable

Cuando recibí la llamada del Vaticano para avisarme de que había sido nombrada por el Papa para ser miembro activo del Sínodo, confundí a Monseñor Luis Marín con el técnico que tenía que venir a arreglar el ascensor. Él se lo tomó super bien, nos reímos mucho, pero yo me moría de la vergüenza y le dije: «No sé si esto será un mal presagio, a ver si el Espíritu Santo se ha equivocado»… Él me contestó: «¡Qué va!, ¡qué va!, pero cuando te vea en Roma, te lo recordaré». Y así fue, nada más verme me dijo: «Yo soy el ascensorista» y nos volvimos a reír.

Esta anécdota, además de vergüenza, me dio mucha tranquilidad. Al menos, uno de los dos subsecretarios me había parecido un hombre sencillo, cercano, y con un toque de humor. Al día siguiente, cuando salieron todas las listas de participantes, me volvió la impresión, pero había al menos algo más de una decena de conocidos e incluso amigos. La inquietud iba y venía hasta que nos encontramos en Roma.

Comenzamos con un retiro en Sacrofano para el cual nos convocaron en el Aula Pablo VI para tomar los autobuses. Y la espera fue algo larga, lo cual dio tiempo para empezar a conocernos. El ambiente era de expectación, ilusión, y también de mucha cercanía. Recuerdo a monseñor Rodríguez de Maradiaga, a quien ya conocía, y con quien estuve un buen rato esperando autobús junto a otros. Hablábamos como si nos conociéramos de siempre, con confianza, con sencillez y con mucha humanidad.

Y esa fue la tónica de todo el mes, con algunos pocos momentos de pequeñas tensiones, pero realmente nada que pudiera sorprender ni hacer sentir mal. Comíamos, trabajábamos, y rezábamos juntos todo el mes (algunos hasta dormíamos en la misma casa), en un ambiente fraterno, de comunión, de respeto cercano, y hasta de bromas y risas. Me di cuenta de que todos to mábamos en serio las reflexiones, todos buscábamos con amor lo mejor para la Iglesia, y ciertamente también compartíamos el cansancio extenuante que se iba acentuando a medida que pasaban las semanas.

Una cosa muy bonita que me ocurrió fue tomar conciencia de lo grande y vasta que es nuestra Iglesia. Escuchando en las asambleas generales vi que los problemas de Occidente ni se plantean en África o Asia, y al revés, en Occidente no podemos ni imaginar los problemas de la Iglesia en otros continentes. Entendí por qué en muchos casos nos parece que la Iglesia avanza lento. Es que es la comunión la que marca el ritmo de la vida de la Iglesia («Mirad cómo se aman»). Trabajamos en las intuiciones y en las tensiones que nos habían llegado de las diócesis de cada continente recogidas en el Instrumentum laboris, pero el discernimiento sobre ellas lo marcaba la caridad y la comunión.

Ahora nos encontramos en la mitad de esos once meses antes de la segunda Asamblea de este Sínodo y seguimos trabajando, reuniéndonos, y preparando en toda la Iglesia los contenidos que luego la Secretaría del Sínodo recogerá en el nuevo Instrumentum laboris. Oremos por los frutos finales de este Sínodo.

Xiskya Valladares. Doctora en Comunicación. Licenciada en Filología Hispánica y Másteres en Periodismo y Dirección de Centros Educativos

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