Soy lo que soy gracias a mi familia

El famoso futbolista brasileño Ronaldinho decía un día: «Mi familia lo es todo. Soy lo que soy gracias a mi madre, a mi padre, a mi hermano, a mi hermana… porque me han dado todo. La educación que tengo es gracias a ellos». Y esta es, probablemente, una afirmación que la mayoría de personas podemos hacer. Quizás para algunos, por distintas razones, en su ‘familia’ no estén sus padres biológicos, pero sí sus abuelos, o tíos, o madrinas, o amigos, vecinos, hermanos o hermanas mayores, que son su familia. Todos tenemos siempre a personas que nos acogen, nos apoyan, nos contagian valores, nos enseñan unos hábitos, nos sostienen en las dificultades y nos dan seguridad. Y son, con o sin consciencia de ello, nuestros primeros educadores para la vida. 

El tema familiar no se vive igual en los distintos continentes del mundo. Y a veces corremos el riesgo de extrapolar nuestras culturas familiares al mundo entero. Nos pasa en todo. Por ejemplo, concebimos la Iglesia desde nuestra experiencia personal, o entendemos la familia desde nuestra propia cultura social. Sin embargo, la realidad es muy distinta en África, en Ámérica o en Europa. Incluso dentro de Europa, no es igual en España que en Inglaterra o en Finlandia. Por eso, no es un tema fácil de tratar y si generalizar no es bueno en ningún caso, mucho menos lo es en este.

Pero quitando los distintos matices particulares que son propios de la cultura social de cada región, hay una realidad común a todos: Para crecer sanos, el niño, el adolescente, el joven, e incluso el adulto, necesita de un núcleo afectivo que le alimente emocionalmente y le forme como persona. Los seres humanos no podemos crecer solos, aislados. Necesitamos de personas que nos quieran sin condiciones y a esas las llamamos familia. Está comprobado científicamente que cuando las familias son fuertes y estables, también lo son los niños que muestran mayores niveles de bienestar y resultados más positivos.  

[pullquote]Cuando las familias son fuertes y estables, también lo son los niños[/pullquote]

Así como el ADN nos marca todos nuestros rasgos físicos y biológicos, las experiencias familiares nos marcan muchos de nuestros rasgos psicológicos; hay cosas que solo entran en nuestra personalidad por ‘ósmosis’ desde la convivencia diaria, pero sobre todo desde el afecto profundo y desinteresado.
Por ejemplo: «La práctica de la paciencia hacia el otro, el pasar por alto los defectos del otro y el soporte de las cargas de los otros es la condición más elemental de toda actividad humana y social en la familia», afirmaba el P. Lawrence G. Lovasik, SVD).

De aquí que sea tan importante el trabajo conjunto entre familia y escuela para la educación integral de los niños. Al igual que la posibilidad de libre elección de centro. Cuando la escuela educa en una línea distinta a la de la familia, o al revés, al niño le surgirán conflictos que se podrían evitar. La comunicación es fundamental en este proceso. Se pueden prevenir muchísimas dificultades manteniendo canales adecuados de comunicación que fomenten un diálogo fluido que busca entre todos la mejor educación integral de los niños. No hay por qué tener miedo a la comunicación franca y abierta si lo que pretendemos todos es el mayor bien de los menores.


Xiskya Valladares. Doctora en Comunicación. Licenciada en Filología Hispánica y Másteres en Periodismo y Dirección de Centros Educativos

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