01 Nov Alberta Giménez, palabras inéditas
Fotografía: Javi Siquier
Julia Violero, rp., presenta y resume en esta edición de ‘Mater Purissima’ un texto inédito con instrucciones de carácter pedagógico de Alberta Giménez, cuya redacción sitúa entre 1872 y 1884 y que recoge algunas de las convicciones más sólidas de la pedagogía actual.
«No basta saber bien lo que se quiere enseñar, es preciso además conocer a las discípulas, ponerse en el lugar de ellas, leer en sus ojos y sentir con sus sensaciones». Son palabras inéditas de Alberta Giménez; un párrafo que resume su actitud como maestra y que se encuentra en un manuscrito desconocido que presentamos en esta ocasión. Se trata de un texto que contiene sencillas instrucciones pedagógicas. Esto nos hace pensar que Alberta Giménez lo escribió para sus maestras; de hecho, las instrucciones siempre van referidas a la figura de «la Maestra».
Parece tratarse de apuntes personales (quizás un borrador) que Alberta redactó con motivo de alguna plática que iba a impartir a las suyas. Podría estar dirigido a las maestras del Real Colegio de la Pureza o incluso a las alumnas de la Escuela Normal, no se sabe. En cualquier caso, el trazo firme y la grafía clara y cuidada nos permiten deducir que el manuscrito puede situarse entre 1872 y 1884, ya que posteriormente el trazo de su escritura presenta algunas diferencias. Estas 16 páginas de cuaderno cosido se dividen en cinco apartados. Del último (ver destacado de la página 19), solo tenemos un par de párrafos; el documento nos ha llegado incompleto.
Me inclino a creer que la misma Alberta detuvo ahí su escritura, porque ella solía apurar hasta el último renglón de la hoja y, en este caso, la frase está sin acabar y aún hay espacio en el papel. Por el contrario, podemos afirmar que la primera hoja del manuscrito es el inicio porque aparece una cruz en el encabezado, signo que Alberta utilizaba al iniciar un escrito. El hecho de comenzar sin ninguna introducción también nos lleva a pensar que eran notas para uso personal que le podrían servir como guion para una determinada comunicación. Esto lo confirman también las correcciones y tachaduras presentes en el texto. Adentrándonos en el contenido, en los dos primeros temas, Alberta inicia con una definición de lo que es la imaginación, por un lado, y lo que es la atención, por otro. Exalta de manera entusiasta el poder de la imaginación y comenta los bienes que esta nos reporta. Alberta ve en la imaginación la fuente de inspiración para los artistas y expresa que «las grandes obras que admiramos en todos los ramos son producto de la imaginación».
Sin embargo, en este apartado, ve necesario advertir a las maestras de la importancia de dirigir bien esta facultad en sus alumnas. Les enseña a poner la imaginación de las niñas al servicio de la enseñanza y les anima a que procuren que se ejerciten con descripciones y establezcan comparaciones entre diversos objetos.
El desarrollo que hace en el segundo apartado sobre cómo mantener la atención en el aula es quizá lo más rico de todo el documento. Alberta hace caer en la cuenta de la importancia de despertar la curiosidad en las alumnas y esto se logra por las impresiones vivas, por la novedad de los objetos y por medio del placer, «pues todas las impresiones agradables excitan la curiosidad».
Alberta Giménez comprendía la figura del maestro como pedagogo, en el sentido más literal del término. Es decir, como ese guía que acompaña al niño y es capaz de despertar en él su interés y deseo por aprender
Asimismo, señala lo determinante que es el interés que manifieste la maestra al dar las explicaciones. Les pide que sus explicaciones sean «cortas, claras y variadas» y que cuiden su entonación y sus gestos para mantener la atención de las niñas en todo momento. También las anima a partir de conocimientos previos y a crear un clima en el aula que permita que las niñas expresen con confianza sus dudas o preguntas. Es en este apartado donde se sitúan las palabras que hemos elegido para iniciar este comentario. El tercer apartado versa sobre la distribución del tiempo.
Sorprende aquí la conciencia que tenía Alberta Giménez de lo que hoy llamaríamos programaciones de aula. Advierte de la necesidad de distribuir el tiempo, tanto diaria como semanalmente. Para ello, han de tener presente la edad de las niñas (las pequeñas requieren ejercicios cortos y variados). También han de saber, las maestras, alternar las clases, de modo que «no haya dos ejercicios seguidos en que las niñas tengan que estar en una misma posición, ni emplear un mismo órgano, ni una misma facultad intelectual».
En el cuarto apartado, sobre el aprendizaje de la lectura, expone los diferentes métodos y les indica que sea cual sea el que empleen, enseñen a las alumnas las leyes de prosodia y pongan en sus manos obras de autores españoles con quienes ejercitarse en una correcta entonación. Conclusión. Este documento recoge algunas de las convicciones más sólidas de la pedagogía actual. Lo expuesto en estas páginas, de manera sencilla, traduce y aplica en el S. XIX teorías tan innovadoras como el aprendizaje significativo, las inteligencias múltiples, el uso de las estrategias de pensamiento y de los métodos que devuelven el protagonismo al alumno.
En definitiva, salvando las circunstancias propias de la época, podemos asegurar, apoyándonos en este y otros escritos de Alberta Giménez, que ella comprendía la figura del maestro como el pedagogo, en el sentido más literal del término. Es decir, como ese guía que acompaña al niño y es capaz de despertar en él su interés y deseo por aprender.
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