10 Jun Saborear la vida
Parece claro que el problema más profundo de todo ser humano es el de la necesidad de ser feliz, sentirse bien con quienes le rodean y con lo que hace. Algo que no todos los centros educativos enseñan, al menos planificadamente; pero que es una labor de los colegios Pureza de María. Le hemos llamado formación integral, educación emocional, cultivo de la interioridad. En definitiva, un aprender a saborear la vida, a ser conscientes de la necesidad de cultivar la interioridad, a establecer relaciones sanas y nutrientes, etc. Ser felices y aportar valores humanos y cristianos que mejoren nuestra sociedad.
La cuestión no es fácil ni sencilla porque también la felicidad es un largo aprendizaje y no depende solo del ambiente exterior. Para explicar lo que quiero decir, os voy a contar un viejo cuento.
No hay que ser agricultor para saber que una buena cosecha requiere de buena semilla, buen abono y riego constante. También es obvio que quien cultiva la tierra no se para impaciente frente a la semilla sembrada y grita con todas sus fuerzas: «¡Crece, maldita seas!» Pero hay algo muy curioso que sucede con el bambú japonés: Siembras la semilla, la abonas, y te ocupas de regarla constantemente. Sin embargo, durante los primeros meses no sucede nada apreciable. En realidad, no pasa nada con la semilla durante los primeros siete años. Hasta tal punto, que un cultivador inexperto estaría convencido de haber sembrado semillas infértiles. Pero llega el séptimo año y en un período de solo seis semanas la planta de bambú crece ¡más de 30 metros! ¿Tardó solo seis semanas en crecer? No. La verdad es que se tomó siete años y seis semanas en desarrollarse. Durante los primeros siete años de aparente inactividad, este bambú estaba generando un complejo sistema de raíces que le permitirían sostener el crecimiento que iba a tener después de siete años.
La vida es mucho más que los mercados; el mundo necesita mucho más que la eficacia
Una cosa es la alegría y el buen ambiente y otra cosa es la felicidad. El niño, y en realidad toda persona, necesita del abono, del agua, de la buena tierra. Necesita cultivar su interioridad, el gusto por la música, por el silencio, el conocimiento de los límites, etc. Y un día, quizás lejano a sus maestros de la etapa escolar, les vemos convertidos en personas maduras, llenas de valores y de felicidad.
El trabajo de sus maestros no se suele ver. Nadie se acuerda ya de sus desvelos, de sus esfuerzos, de lo que supuso cuidar cada día la semilla. Pero el agricultor sí.
Nada es nimio en nuestra formación. La vida es compleja y en sus recovecos lo más importante es madurar en nuestra felicidad. Solo las personas felices son capaces de mejorar el mundo. Pero nadie es feliz si se ha desarrollado incompleto. Minusvalorar la función de la música, del arte o de la espiritualidad es no haber entendido que somos mucho más que un “cerebro con patas”; que la vida es mucho más que los mercados; que el mundo necesita mucho más que eficacia. Y no digo que todo eso no sea necesario. Sino que aprender a disfrutar de la música, saber llenar de alegría la vida, percibir los sonidos del silencio, crear amistades sólidas, intuir los caminos de la felicidad, arriesgarse con ilusión por alguien, gozar de tiempos de soledad, etc., nos hará comprender la importancia de los procesos silenciosos como sucede con el bambú japonés.
Xiskya Valladares. Doctora en Comunicación. Licenciada en Filología Hispánica y Másteres en Periodismo y Dirección de Centros Educativos
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