14 Abr Amparito Mahiques: una hija de la Pureza nacida para el cielo
La vida de los santos son copias humanas de un original divino, por eso todas tienen tanta semejanza. En Amparito Mahiques se deja traslucir el fulgor de la vida sobrenatural dentro del molde sencillo y corriente de una colegiala modelo de la Pureza de María.
Nació en un precioso pueblecito de la Vall d’Albaida, Aielo de Rugat. Era la segunda hija del matrimonio formado por Juan Mahiques y Carmen Villagrasa y nació el día 11 de diciembre de 1908. Renació a la vida sobrenatural mediante el bautismo, el día 3 de junio de 1911. En sus primeros años asistió a la escuela pública de su pueblo natal y allí estuvo sometida al peligro que supone una maestra de ideas poco religiosas, aunque contrarrestado por el cristiano ambiente de su familia.
En la Parroquia de Aielo recibió sus primeras catequesis y allí recibió por primera vez a Jesús Sacramentado el 7 de junio de 1917. A los 12 años fue llevada por sus padres a Onteniente, para que recibiera su formación intelectual en el Colegio de las Religiosas de la Pureza de María Santísima, tan afamado por aquellos contornos.
Allí empezaron sus primeros contactos con la vida espiritual y se hicieron patentes sus buenas intenciones y sus deseos de ser una buena cristiana. Así por ejemplo, en las notas que ella escribió en los Ejercicios Espirituales a los cuales asistió en 1921, dejaría escritos sus propósitos:
1:- No dejarme llevar de los respetos humanos.
2.- Ser muy exacta en el cumplimiento de mis obligaciones.
3.- Hacer cada día meditación.
Y en 1922 escribía:
1.- No entretenerme en el espejo sin necesidad.
2.- Dominar mi amor propio al ser avisada o reprendida.
3.- Procurar ser más humilde, no considerándome superior a las demás.
Terminados los cursos de primeras letras, fue preciso trasladar su residencia al Colegio de la Pureza del Canyamelar de Valencia, para que allí pudiera continuar los estudios superiores.
En este Colegio y coincidiendo con la edad de la adolescencia, aparecen en Amparito, como en tantas otras jóvenes de su edad, los rasgos de un carácter un poco terco, mezclado con brotes de soberbia y vanidad juvenil, todo ello propiciado también por el ambiente entre las jóvenes que la rodeaban. Su biógrafo, el Padre Arnau, dirá que “aunque no pueda tildársele de una niña mala, si era mundanilla, revoltosa, algo entusiasmada con los chicos y las vanidades, y sobre todo poco piadosa.” (Arnau, F. ‘Una colegiala modelo’. Valencia, 1931).
No obstante, en esta época, Amparito, además de entrar en contacto más directo con Dios a través de los Ejercicios Espirituales, también sufre una pleuresía bastante importante que le hizo descubrir el dolor, el sufrimiento, el peligro que sufría su vida. Y desde entonces comenzó a reflexionar seriamente sobre la necesidad de ser buena y servir a Dios de veras. Aunque se fue a su pueblo para reponerse, sin haber convalecido aun del todo, el Señor le dio otro aldabonazo en su corazón con una fuerte bronquitis que le sobrevino, como para urgirle más y más a ser buena cristiana y santificarse presto.
La llamada definitiva
Se la hizo el Señor un año más tarde, durante los Ejercicios Espirituales que practicó en el Colegio en marzo de 1924. “Verdaderamente –dice la Superiora de entonces- que llamó mucho la atención a todos la postura de Mahiques, lo muy atenta que estaba a las horas que se pasó arrodillada delante del Sagrario en estos célebres Ejercicios. En ellos fue cuando la hirió el Señor.» (Arnau, F. ‘Una colegiala modelo’. Valencia, 1931).
Afortunadamente el fervoroso sacerdote secular que se los dirigía, y al que ella eligió y reconoció desde entonces como Padre Espiritual de su alma, le aconsejó que escribiera el diario de sus luces y propósitos, en cuyas páginas, como en clichés fotográficos, se conservan día a día y acto por acto todos los pasos que fue dando por la senda del bien. Por razones obvias de espacio no podemos reproducir aquí todos sus pensamientos, pero valgan algunos pocos ejemplos para darnos cuenta de la vida interior de esta Colegiala Modelo:
«El que yerra un camino debe retroceder tan pronto se dé cuenta de ello, pues de lo contrario hallará muy pronto el precipicio y estaría en peligro de caer en él para siempre. ¡Cuánto bien me ha impresionado esto!…Quiero hacer una aplicación. Conozco que he errado el camino, sí, he errado; pero Jesús, que es tan bueno, me ha concedido luz en estos días para que, conociendo más claramente mi error, me decida con mayores ánimos a retroceder, esto es, a dejar todas aquellas ocasiones que puedan apartarme de mi fin. ¿Qué debo hacer, pues? Examinar mi vida pasada y corregir todo aquello que conozca que está mal hecho».
En el segundo día escribe: «Durante el desayuno hemos leído ‘Aromas de virtud’ (de Santa Gema). Lo que más me ha llamado la atención ha sido una de las máximas que decía: ‘Quien ama a Dios, debe hablar poco y padecer mucho’. Ciertamente es hermosa. Yo quiero demostrar mi amor a Jesús padeciendo mucho. Sí, Jesús, amo la cruz, quiero vivir siempre abrazada a ella; quiero, como Santa Teresa, ‘o padecer o morir’. Después, en la meditación del triduo, reflexiona así: Yo he pecado más de una vez, y basta un solo pecado mortal para merecer el infierno. Pero Jesús me ha amado más que a otras almas, ha esperado mi arrepentimiento, ha conmovido mi corazón, me ha hecho ver la fealdad de tan gran monstruo, y una vez conocida no puedo menos que detestarlo».
Y continuaba diciendo:
«…Quiero vivir siempre según la doctrina de mi Amado; en la observancia de sus mandatos encontraré toda mi felicidad, Él será el objeto de todos mis amores; a Él recurriré en mis necesidades; Él únicamente llenará el vacío que las cosas mundanas no han hecho más que agrandar; Él, en una palabra, será mi todo, pues estoy bien persuadida de que únicamente en su servicio hallaré el gozo cumplido, la paz sin turbaciones. Viva Jesús, muera el pecado».
Y ya en el día cuarto, después de confesar, exclama: «¡Oh, qué feliz soy!…es imposible describiré la dicha de que goza mi corazón. Y, ¿cómo no ha de ser así siendo que me he reconciliado con Dios? Sí, vuelvo a ser hija de Dios; Él, como buen Pastor, ha buscado la oveja descarriada de mi alma y no ha descansado hasta encontrarla. Ya me tienes, Jesús de mi alma; ya estoy dispuesta a seguirte siempre; no, no me perderé jamás. No permitas que manche ya mi alma por el pecado, no quieras que vuelva a ser ingrata…».
Estos pensamientos los ratificará después, al contemplar la sagrada Pasión, diciendo: «No, Jesús de mi alma, ahora os conozco como nunca; ahora aprecio la infinidad de vuestro amor. Y viendo que habéis sufrido tanto por mí ¿os regatearé sacrificios?… ¿No es muy justo que se pague amor con amor? Así, pues, Jesús querido, haré cuanto pueda para imitaros. Quiero sufrir para purificar mi alma y gozaros por toda la eternidad».
Como era de esperar en ella estos afectos y propósitos no quedaron sólo en el papel, sino que pronto se traslucieron en obras, de tal modo que una de sus compañeras escribe en sus informes:
“Volví a verla y a convivir con ella después de algún tiempo de ausencia, y la encontré completamente desconocida. La gracia había obrado, como extensamente me contó ella, en los ejercicios practicados en el intervalo de nuestra separación; y luego me decía con todo candor y sinceridad que ya no comprendía como, una vez conocida la voluntad de Dios y los designios de santificación sobre un alma, podía resistírsele un solo instante».
Tales planes de santa vida truncaban de alguna manera los que antes formó su vanidad respecto de los estudios. Así, en una carta que le remitió a su director espiritual, el padre Arnau, le expresaba sus dudas acerca de la “elección de estado” que le tenía sumamente preocupada. Amparito estaba seriamente preocupada porque, por una parte dudaba si el Señor la llamaba al claustro o no, pero por otra sentía la llamada a la misión de ser educadora… porque quiero ser apóstol, quiero ganar almas para el cielo, y ese es, según mi modo de ver, el mejor medio para conseguir mi deseo; pero me falta saber en qué estado quiere Dios que desempeñe tan alto cargo.
Finalmente Amparito decidió ser maestra, una maestra consagrada a Dios en medio del mundo, y a conseguir esta meta se esforzó diariamente todo lo que pudo, sin dejar nunca de asistir a los Ejercicios Espirituales que tanto bien le hacían y a dejarse guiar por su padre espiritual. En una de sus últimas cartas dirigidas a este padre le decía algo que, sin saberlo, iba a cumplirse sin mucha tardanza: «Yo quisiera amar mucho, el amor que tengo no me satisface, y así al considerar lo mucho que debo a Dios, al pensar en el amor delicado y tierno con que cuida de su criaturita, no puedo menos de sentir deseos inmensos de corresponder a tanto cariño. Por eso en mis ratos de entusiasmo, cuando Jesús deja sentir estos deseos con toda su fuerza, le digo: ‘quiero ser loca, mártir, víctima de amor.’ ¿Quiere que pida el martirio del amor? ¡Es tan dulce vivir crucificados por Aquel que lo fue por nuestro amor…! ¿Cuándo Jesús, me llevarás contigo? Dame amor, mucho amor, Jesús; que to sea mártir de amor».
Y el Señor le hizo caso, aceptó sus deseos y, aunque dejó que Amparito terminase sus estudios de normalista, apenas salió del Colegio para vivir consagrada a Dios, en medio del mundo, le plugo trasplantarla a las moradas eternas del Padre. Y para que fuese mejor preparada el Señor permitió que pudiese hacer los últimos ejercicios espirituales como premio a su recién terminada carrera de maestra. Los hizo en Agullent, aunque no fueron dictados por su Director Espiritual, como ella esperaba, acontecimiento que le provocó tristeza y sufrimiento, aunque lo supo ofrecer por el bien de su alma.
Amparito había presentido repetidas veces que moriría joven, tal era su deseo. Al regresar de sus últimos ejercicios en Agullent pasó por Onteniente para visitar a las madres de la Pureza y se sincera así con la superiora: «Yo no sé lo que Jesús quiere de mí, ni pienso nada: siento muchos deseos de que me lleve pronto con Él, porque temo cansarme de serle fiel y echarlo todo a rodar».
De regreso a Aielo de Rugat sufrió una grave enfermedad en la rodilla. Le tuvieron que hacer una cruenta operación y dolorosas curas que ella sufrió sin asomo de desesperación, aceptando cristianamente el dolor y el sufrimiento que le hacía parecerse más a su Divino Maestro.
En aquellos días se predicaba en el pueblo una Misión y Amparito desde su lecho prestó no poca ayuda a los misioneros con sus oraciones y sufrimientos; recibió solemnemente el Sagrado Viático y la visita de Jesús Sacramentado, que pasó por su calle. Pienso que es entonces cuando el buen Jesús la llamaría con el “Veni sponsa mea, veni, coronaveris.” Lo cierto es que cuando la procesión había terminado, entró ella en placidísima agonía mientras recitaba jaculatorias como éstas: «Madre mía, no permitas que pierda la santa pureza. Jesús, os amo con todo mi corazón, con toda mi alma, con todas mis fuerzas, ¡Cuán dulce es morir y sentirse morir por Jesús!» y a las pocas horas su alma voló al cielo el 22 de abril de 1928, cuando tenía 19 años de edad.
Su cuerpo, junto con el de sus padres y el de un hermano sacerdote, que fue director espiritual de algunas religiosas de la Pureza, reposa en una sencilla capilla en el centro del cementerio de Aielo de Rugat en espera de la resurrección de la carne. Desde entonces ha crecido y se ha difundido por todas partes el buen olor de este capullo de rosa, que se entreabriera, oculto a los ojos de los hombres, tras las celosías del colegio de la Pureza, y que pudo presentarse como modelo de fidelidad a la gracia.
(*) Rafael Bellver es psicopedagogo del colegio Pureza de María Grao
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