25 Mar Oración y acción
Los cristianos no necesitamos de muchos razonamientos y motivos para orar: rezamos porque Jesús lo hacía y su oración es el modelo y la guía de la nuestra. Cualquier situación y lugar son adecuados para orar, pero el espacio por excelencia es ese «aposento» escondido y profundo de nuestra persona que llamamos «corazón». No debemos oponer nunca oración y acción, porque ambas son como los dos ritmos de la respiración en la vida de fe. La oración forma parte de nuestro compromiso con los demás y nunca llegamos solos a ella: estamos ahí en nombre de muchos hermanos, de su deseo y de su clamor. Si nos sentimos unidos a ellos, encontraremos fuerza en momentos de cansancio.
Jesús decía: «El que pierda su vida por mí, la salvará». Hay muchas maneras de «perder la vida». La oración es una de ellas. No hay que buscar su inmediata eficacia, sino confiar en su misteriosa fecundidad, más allá de comprobaciones inmediatas. Es importante tomar conciencia de lo que realmente deseas (pedir, agradecer, bendecir, quejarte, amar…) y expresarlo en alguna frase breve que pueda ser repetida internamente una y otra vez. Será como un «ancla» que ayude a volver al centro de tu corazón cuando lleguen otros pensamientos y distracciones.
La oración forma parte del compromiso con los demás
Párate unos momentos para ver cómo ha ido: lo que ha sido de ayuda o dificultad, qué «movimientos» de atracción o de rechazo (de «consolación o desolación»), se han experimentado a lo largo de ella. Este pequeño examen final hará crecer en ti la sabiduría y te ayudará a tomar la costumbre del discernimiento. Al final, la oración no acaba cuando lo hace el tiempo dedicado a ella: disponibilidad y la acción transformadora del Espíritu irán haciendo de ti alguién más atento, abierto, confiado y fraterno. Alguien más parecido a Jesús.
Religiosa de la congregación del Sagrado Corazón de Jesús. Teóloga y escritora
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