01 Oct Tándem
Hay veces en la vida en las que te miras tan adentro que sangran los huesos. Caminas entre gigantes cubriéndote la cabeza con los brazos. Tejes laberintos hilados de palabras, poeta vagabundo de esperanza. Y sientes frío, el mismo que corta unas manos impregnadas de vidas robadas. De héroes sin rostro. En esas estaba yo, arreglando cuentas con mis traumas, inventándome conversaciones que reemplazaran lo irremplazable, cuando a Jodorowsky se le ocurrió crear lo que toda persona desea emprender alguna vez en su vida: hablar al pasado con la visión de un arquitecto experimentado. La imaginación y las grandes historias, manto protector del hijo obsesionado por justificar la actitud de un padre, viajan a través de las pupilas de feriantes, mendigos y tullidos en un marco experimental que habla directamente en primera persona. Tocado y hundido. La danza de la realidad recorre viejas calles de las que se desprende una esencia de sal y pausas ruidosas. De subtítulos visuales y disfraces rotos, sin ser nada más que la propia autoafirmación que calma la ansiedad. La salida al borde del laberinto. Una despedida sin final de aplausos ausentes. Una búsqueda de más de veinte años de altibajos. La tranquilidad de quien hila sus huellas con nudos finos. Es la vida, un gran escenario.
Título: La danza de la realidad. Director y guión: Alejandro Jodorowsky. Intérpretes: Brontis Jodorowsky, Jeremías Herskovits, Pamela Flores. Duración: 130 minutos. Año: 2013. Género: Drama
Sara Monge es estudiante del grado en Periodismo del CESAG. Artículo publicado en la edición número 150 de Mater Purissima.
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