31 May Fe&Ciencia: ¿un diálogo imposible?
«La ciencia puede liberar a la religión de error y superstición; la religión puede purificar la ciencia de idolatría y falsos absolutos. Cada una puede atraer a la otra hacia un mundo más amplio, un mundo en el que ambas pueden florecer». Esto dijo en 1988 el Papa Juan Pablo II a George Coyne, sj, director del Observatorio Vaticano. Cuatro años después, el Pontífice rehabilitaba y pedía perdón por la persecución de Galileo, condenado por afirmar que la Tierra giraba alrededor del Sol.
La historia de Galileo, Darwin, Servet, entre otras, han sido y son utilizadas como prueba de la incompatibilidad entre ciencia y fe. Y las verdades científicas como un continuo refutamiento de los textos bíblicos, que deja con cada vez menor margen a las religiones para justificar su existencia y utilidad.
La historia, sin embargo, muestra una realidad bastante más diversa y compleja en la relación entre ciencia y religión, tanto ayer como hoy. Uno de los precursores de la teoría del big bang, el astrofísico belga Georges Lemaître era también sacerdote católico. Max Planck, el padre de la teoría cuántica también tenía fuertes convicciones religiosas. En el origen en plena Edad Media de la propia institución universitaria, impulsora de la ciencia, se halla también la Iglesia.
«Un caso como el de Galileo no es emblema de un conflicto entre ciencia y fe, porque él también era un ferviente cristiano, sino de un conflicto entre ciencia y el poder político y social del momento» (en sus diversas formas), «y en un poder rígido que opta por ejercerse dominando», relata Ramon María Nogués, catedrático emérito de Biología en la Universitat Autònoma de Barcelona (UAB) y religioso escolapio, que ha investigado durante años la genética de las poblaciones humanas.
Formas de avanzar
Nogués opina que ver como inevitable el choque entre ciencia y fe «es una visión más de antes que actual, por motivos que tienen que ver más con ciertas filosofías que con la ciencia». En opinión de Leandro Sequeiros, profesor de Paleontología y Filosofía jubilado, miembro del Consejo Asesor de la Cátedra Ciencia, Tecnología y Religión de la Universidad Pontificia Comillas y coeditor de la revista digital Tendencias 21 de las religiones señala, que al describir cómo vive su fe y si es diferente de cómo la viven otras personas (ver entrevista completa), «la dimensión evolutiva del [pullquote]Se presenta aún a Dios con rasgos de la filosofía clásica[/pullquote]mundo no se separa en mi caso de una espiritualidad que prima al Dios de la evolución. La convicción de que Dios crea en la evolución, que el proceso natural de evolución es como Dios crea como proceso continuo, modifica muchas cosas de la espiritualidad. En este sentido, cuando San Ignacio de Loyola invita a ver a Dios en todas las cosas, la visión desde las ciencias del Universo reorganiza y da sentido de modo particular a la propias creencias».
El Génesis y la evolución
En su artículo Vida, evolución y sentido editado en un especial sobre Diálogo Ciencia-Religión de la revista Padres y Maestros, Ignacio Núñez de Castro, catedrático de Bioquímica y Biología Molecular de la Universidad de Málaga, y sacerdote jesuita, señala que «se puede ser evolucionista y creyente
en Dios creador. Los creyentes creemos que Dios se nos ha revelado a sí mismo hablando a nuestros padres (…). En la historia del pueblo de Israel, la revelación de la creación de la vida nos ha llegado a través de la impresionante narración del primer capítulo del Génesis, cuya finalidad no es decirnos cómo fueron apareciendo la Tierra, el Sol, la Luna, las estrellas las plantas, los animales y el hombre. La finalidad de este poema es revelarnos que todo proviene de la palabra de Dios (…) La evolución explica el cómo, pero no el porqué y el para qué. Pertenecen a las ciencias de la naturaleza las preguntas: cómo surgió el universo (cosmología), qué entendemos por materia (física), cómo se originó la vida sobre nuestro planeta y cuál es el mecanismo o de la evolución de los organismos vivos (biología) y la antropología, cuáles son las teorías pertinentes para explicar la evolución y la inteligencia humana.
Francisco Javier Novo, profesor del departamento de Bioquímica y Genética de la Universidad de Navarra, y miembro del grupo de investigación Ciencia, Fe y Razón de esta universidad, señala que un científico puede vivir la fe «de una manera más rica, diferente de quien no conoce el mundo natural tan a fondo. Es otra sensibilidad».
Mala comprensión de la fe
Para él, «hay una mala compresión de la fe, por aquellos que la tienen, y por tanto, una mala explicación de la fe en sí misma. Es muy importante evitar la figura del ‘Dios de los huecos’, que sitúa la divinidad en todo aquello que no entiende», que sitúa como «uno de los grandes problemas en el diálogo» entre fe y ciencia. Existen otras figuras, como un Dios de los milagros o una divinidad castigadora. Para él, la ciencia explica cómo ocurren las cosas, la religión «es una explicación más radical y profunda de por qué existo, qué sentido y propósito tiene nuestra vida. Por su método y porque no es siquiera su objeto, la ciencia no podrá explicar esto. Por eso son necesarias las dos».
Nogués alerta contra una interpretación «aberrante» y literal de los textos bíblicos, que puede ser usada tanto por fundamentalistas cristianos como por los enemigos más militantes de la religión: «La base para un buen diálogo es un buen conocimiento. Y muchos de los científicos que más atacan a la religión la conocen mal, por ejemplo Dawkins. Él ataca un tipo de religión en la que no me reconozco. Los textos de la Biblia son poemas, son visiones simbólicas, con una realidad y un lenguaje que no es el de la ciencia», relata el autor de obras como Déus, creences i neurones. Un acostament científic a la religió (editorial Fragmenta).[pullquote]Hay que prestigiar la dimensión espiritual[/pullquote]
Sobre la realidad de que hay un descenso en las creencias religiosas de los científicos detectado en encuestas, Sequeiros hace referencia a la obra de Antonio Fernández Rañada Los científicos y Dios, editada en 2008 por la editorial Trotta, en que el autor «reconoce que es un problema muy complejo, pero apunta hacia una hipótesis: la teología no ha sabido presentar una reformulación de la imagen de Dios que pueda ser comprensible y asumible para aquellos que participan del paradigma científico. Todavía se presenta a Dios con atributos excesivamente griegos (la filosofía platónica y aristotélica han tenido gran influencia histórica), incompatible con los nuevos paradigmas científicos». Sequeiros señala en Ciencia y Espiritualidad (Bubok Ediciones, 2012) su defensa del «valor y la necesidad de espiritualidad en un mundo plano de experiencias interiores. La llamada Era de la Ciencia, que abre el siglo XXI, pretende explicarlo todo de un modo racional y científico. Pero pienso que una de nuestras tareas debe ser mostrar que hay otras alternativas. Muchos movimientos humanistas actuales, no religiosos, reivindican la necesidad humana del cultivo de las dimensiones interiores de la sensibilidad humana. Prestigiar, difundir y extender una dimensión espiritual para la armonía y reconciliación del ser humano con la realidad natural y social, puede ser un primer paso para reencontrarse con uno mismo y reivindicar la posibilidad de trascender nuestra propia limitación intelectual, social y emocional. Y todavía no hemos llegado a lo religioso y menos aún a lo cristiano. Y aquí viene muy bien una frase de Teilhard de Chardin que decía que ‘No se puede ser cristiano sin ser desesperadamente humano’».
En todo caso, Novo recalca que religión y razón no están en conflicto. «La fe, sobre todo la cristiana, añadió la filosofía, incluyó un sistema racional, se respaldó con razonamientos filosóficos e históricos. Las verdades que se creen», pero la metodología de análisis que usa «es diferente». Una buena base para el diálogo es aumentar los conocimientos al respecto del cristiano de base, «una asignatura pendiente. ¿Cuántos cristianos saben explicar lo que creen con argumentos serios y filosóficos? El concepto de Dios hay que manejarlo con conceptos más ricos de los habituales».
Francisco Javier señala que existen tres escenarios de futuro del contacto entre ciencia y religión: «el conflicto, con temas como una interpretación literal del Genésis», el contraste, pero no solapamiento «como dos ventanas de una misma realidad, pero sin contacto entre ellas» y por último, el de «un contacto en que ambas se enriquecen» y se renuncia a planteamientos «reduccionistas».
Diálogo
Nogués señala que «cualquier propuesta religiosa, opinión o doctrina, que genere miedo, es perjudicial. Una propuesta basada en la esperanza, por contra, puede generar bienestar en la persona. Estamos en un momento de cierta crisis, y las sociedades actuales son pluralistas, por lo que optan por una sociedad de mínimos en cuanto a valores. Desde este punto de vista, una propuesta religiosa puede presentar un progreso desde el punto de vista de valores, sabiendo que no debe ser sectaria, agresiva, cerrada o injusta» y que «los avances científicos pueden hacerte matizar ciertas posturas».
Leandro Sequeiros reconoce que «la historia de las relaciones entre los avances científicos y las tradiciones religiosas ha sido turbulenta e incluso, a veces, violenta y cruel por ambas partes. Tal vez -siendo optimistas- en los albores del siglo XXI puedan abrirse ventanas a la esperanza. Nuestra sociedad tiende a ser más tolerante y permisiva (…) En la sociedad occidental y oriental se están construyendo muchas plataformas de diálogo entre ciencia y religión. Desde China, India, Rusia hasta EEUU, Latinoamérica y América del Sur. Cada vez hay más espacios de diálogo».
Una ecuación fallida
El libro del sociólogo norteamericano Ronald Inglehart, Sacred and Secular: Religion and Politics Worldwide, analiza las actitudes hacia la ciencia y la religión en base a los datos de la Encuesta Mundial de Valores (ver gráfico del reportaje). Un dato curioso que refleja Inglehart en base a las respuestas de la Encuesta es que una menor creencia en Dios no tiene por qué significar una mayor creencia en los beneficios de la ciencia.
A la pregunta de si a largo plazo, los avances de la ciencia benefician o perjudican a la humanidad, países como Egipto, Nigeria, Irán o Turquía combinan la más alta fe en la ciencia con elevados niveles de religiosidad. Por contra, países con bajos niveles de práctica religiosa como Holanda, Noruega o Bélgica también presentan los menores niveles de creencia en los beneficios automáticos de la ciencia. Países como Estados Unidos se hallaban en este primer bloque de países que combinaban altos niveles de fe religiosa y de creencia en las posibilidades de la ciencia.
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