Errores con valor

Infografía del reportaje Errores con Valor de la revista @mater_p

Goethe decía que «el único hombre que no se equivoca es el que nunca hace nada». Para el escritor romano Cicerón, «de humanos es errar: sólo del necio perseverar en el error». Mucho después, el Nobel español Ramón y Cajal terció en el asunto opinando que «lo peor no es cometer un error, sino tratar de justificarlo, en vez de aprovecharlo como aviso providencial de nuestra ligereza o ignorancia». Tagore, escritor indio, remataba el tema concluyendo que «al final del camino no te premiarán por lo que encuentres, sino por aquello que hayas buscado honestamente. El error más grande lo cometes cuando, por temor a equivocarte, te equivocas, dejando de arriesgar en el viaje hacia tus objetivos».

Ángela Magaz: «Un escenario en que una persona depende y se define sólo por sus logros es el de una persona dependiente. No se valorará por lo que es, sino por lo que consigue»

Ángela Magaz: «Un escenario en que una persona depende y se define sólo por sus logros es el de una persona dependiente. No se valorará por lo que es, sino por lo que consigue»

Son cuatro visiones distintas de una realidad innata a la naturaleza humana: errar, meter la pata. Errare humanum est. Otra cosa es cuántas veces, el nivel de la equivocación y cómo es asumida, tanto a nivel personal como social. Ángela Magaz, doctora en psicología por la Universidad de Deusto y directora general del grupo Albor-Cohs, especialista en psicología clínica y educativa, destaca que más que castigar, nuestra sociedad «recrimina por los errores, que es aún peor. Tenemos un estilo (de comunicación) recriminatorio y crítico. No sólo los niños, sino también los padres».

[pullquote]La autoestima debe ser independiente de logros o amigos

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«Tendemos más a destacar los errores de los demás que sus aciertos o  las equivociones propias. Hay dos hipótesis al respecto: una porque se vive así desde la infancia. Otra, que si no conseguimos tener seguridad personal, la adquirimos destacando los errores de los demás y minimizando los propios», prosigue.

«Nos valoramos en función de cómo hacemos las cosas: bien o mal. Trabajamos en un escenario de perfección, de éxito, donde una persona depende y se define por sus logros, y esto supone construir una persona dependiente, porque no se valorará por lo que es, sino por lo que consigue» manifiesta Ángela Magaz, coautora de libros como Educar cómo y por qué. Guía para padres y madres.

Perdonar y tolerar

Begoña Carbelo, psicóloga y profesora en el Centro Universitario de Ciencias de la Salud San Rafael-Nebrija, señala que vivimos «más pendientes de la estética que de la ética. Y el error se confunde con algo antiestético porque se aleja del éxito. Fracasar y cometer errores está relacionado con la capacidad de perdonar y perdonarse, y esto no se fomenta mucho, ni en la escuela, ni en la universidad, ni en la vida».

Para el psicopedagogo y doctor en Ciencias de la Educación por la Universidad de las Islas Baleares Julio Bonillo, «más que aprender a equivocarnos, debemos plantearnos por qué no nos permitirnos errar. El sistema, la sociedad, la familia, los mensajes de los medios, le han dado connotaciones negativas». Según su criterio, «hay que trasladar una sana autoestima de la persona, en el colegio y en el trabajo, para reforzar la autoevaluación: qué tenemos, qué necesitamos, qué nos falta. De esta manera, no veríamos la equivocación como un obstáculo o una derrota, sino como un elemento de motivación».

[pullquote]Un estilo educativo punitivo favorece niños pasivos[/pullquote]

«El sistema nos enseña a ver resultados, pero no el proceso: qué precisas, en qué eres bueno. Lo que nos hace mejores profesionales y personas es revisar qué capacidades y habilidades tengo. Lo que llego a ser es más por la cantidad de veces que me he equivocado, no por los aciertos», declara Bonillo.

Cómo se asume o reacciona ante un error, o qué estilo educativo se utiliza en la familia con los hijos, determina diferentes personalidades. La sobreprotección, por ejemplo, impide aprender del error,  porque, para comenzar, evita su comisión. «Darnos todo hecho, te hace pensar y analizar poco», recalca este licenciado en psicopedagogía por la Universidad José María Vargas de Caracas (Venezuela).

Imagen de Begoña Carbelo

Begoña Carbelo: «Errar y fracasar es desagradable, pero no una catástrofe. En la vida no sale todo bien ni nos quiere todo el mundo igual. El fracaso nos requiere renombrar, reconducir y mejorar»

Un estilo de educación punitivo, basado en un castigo automático al error, fomenta la sumisión y la pasividad, la inacción por miedo a cometer una equivocación. Una persona perfeccionista en exceso lo considera como una prueba de incompetencia personal, una fuente de crítica y rechazo por parte de los demás. El más mínimo error, independientemente de su importancia, se vive como una catástrofe. Apostar por una permisividad total en la crianza tampoco es la solución: puede agudizar la falta de capacidad para afrontar problemas, ya que no fomenta su autoexigencia y los hace inseguros en la comunicación e inconstantes. La perseverancia es básica para los logros. Las diferentes combinaciones entre fomento de la autonomía y control por un lado, y amor vs. hostilidad por otra, provocan resultados abismalmente diferentes.

[pullquote]Hacemos servir el error de los demás para minimizar el propio[/pullquote]

«Cuando una persona fracasa más de una vez, al final se anticipa a los acontecimientos y tiene miedo: ‘Siempre me ocurre esto o lo otro’, ‘Si lo intento, saldrá mal’, y se acaba creyendo su diálogo interno y afronta los retos con daño en su confianza, que es lo mismo que baja autoestima. Esta impide tener energía para afrontar lo que se nos presenta en la vida y la positividad necesaria para alcanzar el éxito o mejorar el rendimiento. Y esto es un obstáculo para hacer frente al fracaso, mejorar y avanzar», relata Carbelo.

«Una de las habilidades más importantes en la vida es la capacidad para generar alternativas: cuanta más flexibilidad de pensamiento y más facilidad para cambiar de opinión y de objetivo, menor posibilidad de fracaso», asevera Ángela Magaz, para quien hay que establecer una clara división entre equivocación, «hacer algo donde no consigues lo que esperas» y fracasar ,«porque tiene un componente más complejo, subjetivo. Cada persona puede entenderlo de manera diferente. Hay personas que afirman no fracasar nunca, porque cuando no consiguen su objetivo, lo cambian, o modifican método o acción. Toman decisiones con libertad».

Perdonar y tolerar

En su opinión, «hay que analizar lo que se hace, para poder identificar a qué se debe. Hay que pararse a pensar en si lo conseguido lo haces sólo por tener la sensación de sentirse mejor. Si es así, ese subidón que tienes en un momento de logro puede ser perjudicial, porque cuando no lo tengas o no logres tu objetivo, tendrás un bajón. La autoestima debe ser independiente de logros, notas o amigos», estima la psicóloga del grupo Albor-Cohs.

Magaz cree que «hay que adquirir habilidades sociales y emocionales» en la escuela para cambiar estos valores imperantes y «es tan importante fomentar la adquisición de estas competencias como la didáctica de las matemáticas». Agrega que parte del proceso de aprendizaje implica cometer errores, y los esfuerzos desarrollados merecen ser reconocidos, para animar a la persona a mejorar y superarse. Lo que «hay que evitar es castigar el error, porque ya de por sí tiene una consecuencia desagradable, que no voy a querer repetir. Lo que hay que hacer es ayudar a buscar alternativas».

El riesgo de las etiquetas

Julio Bonillo alerta sobre el riesgo de etiquetar a la persona por una actuación concreta. «Desconocemos el poder de las palabras sobre el cerebro. Desconocemos el poder y magnitud de las etiquetas. Una etiqueta de vago o de mal estudiante dificulta la capacidad de ver si ha habido en él esfuerzo y mejoría». Para la capacidad de afrontar equivocaciones es vital «analizar el proceso, no sólo el resultado». Bonillo, también posgraduado en Inteligencia Emocional, asevera que se da la paradoja de invertir más tiempo, dedicación y constancia al alumno con un comportamiento social aceptado que al que no. «No sentirás apoyo y ayuda» cuando más lo necesitas. Aun así, para corregir equivocaciones «tendrás que revisar y cambiar hábitos. En el caso de la educación, el estudiante tiene que ser responsable y protagonista de su propio proceso educativo. ¿Qué vas a hacer? Da alternativas. También existen maneras de que un alumno se sienta menos cuestionado. Revisa de nuevo tu ejercicio es mejor que un repítelo» sin alternativas, narra Bonillo.

Hay que «incorporar (el error) sin miedo en nuestra realidad. En la vida no sale todo bien, ni acertamos a la primera, ni nos quiere todo el mundo igual… el fracaso requiere renombrar lo que esperábamos cuando no sale bien. Reconducir y mejorar, cambiar de punto de vista, que no es sencillo, pero es posible», asevera la psicóloga Begoña Carbelo.

Según ella, «podemos ayudar padres y profesores, desde esta perspectiva, cuando suceda un bajo rendimiento, enseñando a practicar la concentración y la atención, programando horas de estudio, estrategias de lectura…Si se pierde en un deporte, mejorando la técnica, las horas de entrenamiento, la motivación… Si existe un fracaso o rechazo amoroso, regular lo que damos y recibimos, autovalorarnos, mejorar nuestra forma de comunicarnos. En todo esto hay aprendizaje de por vida, así que casi es necesario ayudar a ver que no es tan malo fracasar».

Para Ángela Magaz, «la mayor fuente de malestar de las personas es el grado de pérdida de autoestima», que provoca que aumente su malestar por cualquier revés, y además, le resta capacidad de revertir las situaciones, porque no cree que pueda cambiarlas.

Pedagogía del éxito vs del error

«Con un niño inseguro, ansioso, dependiente, su probabilidad futura de problemas es altísima», por lo que reitera la importancia del fomento en el aula de las habilidades sociales y emocionales.

Afrontar el error implica evitar que dominen los sentimientos de culpa, porque todos nos equivocamos y tenemos capacidad para aprender de ello, de forma que la equivocación sirve para aprender de la experiencia, mejorando la forma de actuar y evitando volver a caer en el  revés.  Mejorar implica rectificar. El refuerzo positivo, el reconocer aquello que se está haciendo bien, impulsa a ser más capaz y tener más ganas de luchar cuando las cosas se complican. Una receta que funciona independientemente de la edad.[pullquote]Una buena respuesta al error moviliza recursos y cambia objetivos[/pullquote]

En pedagogía, hay especialistas que establecen una diferencia entre la pedagogía del éxito, que identifican con que el alumno aprenda todo lo que el docente le enseña, evaluado en partes (exámenes). Lo importante es que esos resultados demuestren que el alumno aprendió. Se considera que la sociedad en general apoya esta pedagogía, incuso de forma inconsciente, al reclamar siempre en la acción educativa los mejores resultados, sin realmente analizar si el estudiante ha interiorizado el conocimiento. Si realmente lo ha hecho, esto le servirá para tener éxito en la vida.

Julio Bonillo: «Los grandes analfabetos de este siglo serán los que mayor resistencia opongan a volver a aprender y se resistan al cambio»

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Frente a esta postura, se postula una pedagogía del error, que no busca de por sí la equivocación como base educativa (no es un valor intrínsicamente positivo, obviamente), sino aprovechar las deficiencias de los alumnos, de tal forma que más que castigarles por ellas, se usen como punto de referencia para detectar (y seguidamente resolver) los agujeros y carencias en el proceso de aprendizaje.

Mientras la pedagogía del éxito mantiene una postura negativa frente al error, como algo a evitar y eliminar (y dan ejemplos como el miedo de los alumnos a equivocarse cuando el profesor pregunta en clase), la pedagogía del error, por su parte, valorará lo ya obtenido por cada alumno y planteará, a través de los errores detectados, lo que es preciso mejorar. La solución del error, de esta manera, propiciará un cambio y mejora en el estudiante.

También plantea un cambio en los objetivos a conseguir, cambiando eficacia por eficiencia, según estos especialistas. Un método eficaz es el que logra lo previsto, prescindiendo del coste. El eficiente, por contra, quiere rentabilizar recursos, y establecer una relación entre objetivos establecidos, medios facilitados y resultados conseguidos. Si el alumno aprende unos contenidos para pasar un examen, pero los olvida poco después, logra el objetivo (aprobar), pero, al final, no ha aprendido. Ha sido eficaz, pero no eficiente. Y eso, al final, es otro error (más).

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