31 May Crear en la evolución
LEANDRO SEQUEIROS SAN ROMÁN, andaluz nacido en Sevilla en 1942. Ingresó en la Compañía de Jesús como novicio en 1959 y fue ordenado sacerdote en 1971. Desde 1964 está ligado al mundo universitario y científico. En 1974 obtuvo el doctorado en Ciencias Geológicas en la Universidad de Granada dentro de la especialidad de Paleontología. Como paleontólogo ha dedicado 25 años a la investigación de la ecología y de la evolución de los moluscos cefalópodos (los amonites) de las cuencas mediterráneas hace 150 millones de años.
Desde joven fue lector apasionado de las obras de Pierre Teilhard de Chardin. Si se le pregunta si es científico y jesuita, científico jesuita, o jesuita y científico, responde sin dudar que es jesuita científico. Su misión como ser humano y cristiano la entiende dentro de la Compañía de Jesús. Y ser científico es accidental. Es un modo de estar. Es un talante. Prueba de ello es que en 1989 solicitó la excedencia (sin posibilidad de vuelta) como Catedrático de la Universidad para dedicarse a otra misión que le encomendó la Compañía de Jesús. Profesor de Paleontología desde 1975 en las universidades de Granada, Zaragoza, Huelva y Córdoba. Ha colaborado con la Junta de Andalucía en la reforma de las enseñanzas de Ciencias en Secundaria. Desde 1997 hasta 2009 profesor de Filosofía en la Facultad de Teología de Granada. Es autor de unos cincuenta libros y muchos centenares de artículos. [pullquote]La convicción de que Dios crea en la evolución modifica muchas cosas de la espiritualidad tradicional[/pullquote]
En la actualidad, ya jubilado administrativamente de las tareas docentes, en miembro del Consejo Asesor de la Cátedra Ciencia, Tecnología y Religión de la Universidad Comillas (Madrid), Director Adjunto de la Revista de filosofía Pensamiento y Coeditor de la revista digital Tendencias21 de las Religiones (www.tendencias21.net). Reside en la ciudad de Córdoba, pero trabaja en red con mucha gente. Su proyecto: tender puentes en la frontera entre las ciencias, la filosofía y las religiones. Su ilusión: acompañar a los que buscan.
-Un científico, ¿vive de forma diferente la fe?
-Si te refieres a cómo se vive la fe cristiana, la confianza en el Dios de Jesús, desde luego yo la vivo de modo diferente. La fe implica confiar en una determinada visión del mundo en la que las dimensiones religiosas tienen un valor primordial. Y un científico (y en particular en mi caso un geólogo y paleontólogo que hace sus pinitos en filosofía e intenta tender puentes en las fronteras de las creencias) experimenta interiormente, vive en la vida ordinaria y expresa conceptualmente sus convicciones para la vida de un modo especial.
-¿Cómo es la fe de un paleontólogo?
-Hace unos meses impartí una conferencia en Zaragoza sobre este tema. En un ciclo de conferencias sobre científicos y creyentes, intenté formular, testimoniar y compartir con el auditorio cómo vive su confianza en el Dios de Jesús un paleontólogo. En esta tarea de reformular fue de gran ayuda el testimonio de Pierre Teilhard de Chardin (1881-1955), jesuita científico, geólogo y paleontólogo, filósofo, poeta y místico. Los grandes conceptos que constituyen la paleontología, la ciencia que estudia el origen y la evolución de la vida sobre la Tierra, forman parte de mi visión del mundo y, consiguientemente, de mi visión del ser humano y de Dios creador. Por ejemplo, cuando uno se asoma y percibe los miles de millones de años de evolución cósmica y los miles de millones de años luz del Universo, el mundo interior s conmueve y vibra y perciba a Dios de una determinada manera.[pullquote] Todavía se presenta a Dios con atributos excesivamente griegos incompatible con los nuevos paradigmas científicos[/pullquote]
La dimensión evolutiva del mundo no se separa en mi caso de una espiritualidad que prima al Dios de la evolución. La convicción de que Dios crea en la evolución, que el proceso natural de evolución es el modo como Dios crea como proceso continuo, modifica muchas cosas de la espiritualidad tradicional.
En este sentido, cuando San Ignacio de Loyola invita a “ver a Dios en todas las cosas”, la visión desde las ciencias del Universo reorganiza y da sentido de modo particular a las propias creencias. Esta percepción está muy presenta en las vidas de los muchos jesuitas científicos que han existido en los 400 años de Compañía de Jesús, tal como ha mostrado el profesor Agustín Udías en su reciente libro “Los jesuitas y la Ciencia. Una tradición en la Iglesia” (Mensajero, 2014).
-Hay estudios que señalan que la mayoría de los científicos en Estados Unidos y Gran Bretaña se declaran ateos o agnósticos. Otros, que el pensamiento analítico debilita las creencias, porque las creencias religiosas se caracterizan por responder a un esquema de pensamiento intuitivo. ¿Se considera una excepción?
-Es verdad que los recientes estudios sobre las creencias de los científicos muestran que la mayoría de los científicos vivos se reconocen ateos o agnósticos. Y no solo en los países anglosajones sino también en los países latinos. Y nos estamos refiriendo exclusivamente a las llamadas ciencias de la naturaleza (exceptuando aquí a las ciencias sociales, la historia, la psicología, la economía, etc).
Sin embargo, si se mira hacia el pasado, grandes científicos de la antigüedad fueron fervientes cristianos, como Copérnico, Galileo, Newton y otros muchos. Charles Darwin, sin embargo, se manifestaba agnóstico aunque las razones no eran tanto científicas como personales (perdió a una hija a la que amaba mucho). Albert Einstein, judío, mantenía unas creencias panteístas. El biólogo evolucionista Richard Dawkins se manifiesta hostilmente anti-religioso. Y el físico Stephen Hawking (desde su silla de ruedas) repite siempre que “no hace falta invocar a Dios” para explicar el Universo y que Dios ya no tiene cabida en la explicación del mundo.
[pullquote]Defiendo el valor y la necesidad de espiritualidad en un mundo plano de experiencias interiores[/pullquote]Pero ¿qué es lo que ha debilitado las creencias religiosas de los científicos modernos? Esa pregunta se la ha hecho el profesor Antonio Fernández Rañada (“Los científicos y Dios”, Trotta, 2008). Reconoce que es un problema muy complejo. Pero apunta hacia una hipótesis: la Teología no ha sabido presentar una reformulación de la imagen de Dios que pueda ser comprensible y asumible para aquellos que participan del paradigma científico. Todavía se presenta a Dios con atributos excesivamente griegos incompatible con los nuevos paradigmas científicos. Tal vez una de mis tareas como jesuita científico (junto con otros muchos jesuitas y científicos creyentes) sea la de reformular las imágenes de Dios. En esta línea, autores como John Polkinghorne o Ian Barbour (recientemente fallecido) han hecho contribuciones tan enriquecedoras como las que hizo Teilhard de Chardin en la primera mitad del siglo XX. Precisamente, la Cátedra Ciencia, Tecnología y Religión de la Universidad Pontificia Comillas (en la que trabajo y soy miembro del Consejo Asesor), y la revista Tendencias21 de las religiones, pretenden tender puentes entre las visiones muchas veces reduccionistas que presentan las ciencias y la posibilidad de que la experiencia religiosa y la espiritualidad tengan cabida en la experiencia integral humana. La experiencia interior que nos supera y nos trasciende, lejos de recortar nuestra inteligencia y nuestra autonomía humanas, puede hacernos mucho más humanos y compasivos en un mundo excesivamente racional.
-¿De qué forma puede convivir la espiritualidad en el siglo XXI con la ciencia, que cuenta con gran prestigio social y mediático?
-En mi libro “Ciencia y Espiritualidad” (Bubok ediciones, 2012) defiendo el valor y la necesidad de espiritualidad en un mundo plano de experiencias interiores. La llamada “Era de la Ciencia”, que abre el siglo XXI, pretende explicarlo todo de un modo racional y científico. Uno de sus exponentes, el profesor Mario Bunge, etiqueta la espiritualidad como “pseudociencia” nociva para la mente humana todo aquello que no pasa el filtro del método científico, de la estricta racionalidad. Es una postura respetable dentro de un determinado marco filosófico. Pero pienso que una de nuestras tareas debe ser mostrar que hay otras alternativas. Siguiendo la línea argumental de Ortega y Gasset, no se trata de hacer apologética sino de mostrar otros caminos razonables para explicar las realidades.
Efectivamente, en la Era de la Ciencia, esta goza de gran prestigio social y mediático. La continua referencia a los científicos y a los expertos en las redes sociales parece arrinconar otras dimensiones del ser humano que son igualmente donadoras de sentido. Y en esto me refiero a la espiritualidad. Debo precisar que la espiritualidad no es solo un fenómeno exclusivo de las religiones. Aunque me vuelve a citar, en mi libro “Ateos espirituales” (Bubok ediciones, 2013) recupero muchos movimientos humanistas actuales, no religiosos, que reivindican la necesidad humana del cultivo de las dimensiones interiores de la sensibilidad humana.
Prestigiar, difundir y extender una dimensión espiritual para la armonía y reconciliación del ser humano con la realidad natural y social, puede ser un primer paso para reencontrarse con uno mismo y reivindicar la posibilidad de trascender nuestra propia limitación intelectual, social y emocional. Y todavía no hemos llegado a lo religioso y menos aún a lo cristiano.. Y aquí viene muy bien una frase de Teilhard de Chardin: “No se puede ser cristiano sin ser desesperadamente humano”.
-La ciencia ¿acota cada vez más el espacio a la religión, que cada vez tiene un espacio más pequeño para justificarse?
-Precisamente es esa la postura de Stephen Hawking, el autor de “Breve historia del Tiempo” y “El Gran Diseño”, entre otros libros. En muchas entrevistas ha repetido que Dios está contra las cuerdas. En la antigüedad, cuando no se tenía respuesta para los misteriosos fenómenos de la naturaleza, se acudía a alguna divinidad. Recordamos que cuando el famoso Terremoto de Lisboa de 1755, los teólogos lo achacaron a un castigo divino por los pecados de los portugueses. Tiempo antes, en época de Felipe II, este sometió a una comisión de teólogos esta cuestión: ¿Se puede hacer un trasvase de agua del Tajo al Manzanares? Y los teólogos le dijeron que no; si Dios ha dispuesto que esos ríos vayan en esa dirección, sería impío querer enmendarle la plana a Dios y cambiar el curso de los ríos.
Hoy estas cuestiones nos hacen sonreir. Pero puede que en unos años nos resulten absurdos muchos de los problemas éticos que hoy nos hacemos los humanos sobre células madre, clonación, ingeniería genética, etc. Cada vez más los problemas naturales se explican científicamente. Y no es necesario acudir a Dios. “El Dios tapaboquetes”, llamó el teólogo Tillich a estos intentos de acudir a Dios para explicar los vacíos de nuestro saber.
[pullquote] La historia de las relaciones entre los avances científicos y las tradiciones religiosas ha sido turbulenta e incluso, a veces, violenta y cruel por ambas partes[/pullquote]¿Está Dios arrumbado y sin trabajo? La ciencia, ¿ha arrinconado a Dios como un trasto inútil, como una razón fracasada? ¿Ha perdido Dios la fascinación de otras épocas? La ciencia es una marea impetuosa que todo lo invade, todo lo explica, todo lo llena. Y arrastras en su potencial arrollador a todos los dioses y religiones que se oponen a su paso. Tal vez el problema de fondo (y es lo que intentamos reflexionar en Tendencias21 de las religiones) es que no se logra resituar a Dios y a las tradiciones religiosas en el contexto de una sociedad secularizada. El magnífico volumen “Dios a la vista” (coordinado por el profesor de Deusto, Diego Bermejo) recoge más de 20 aportaciones extensas sobre el lugar de Dios en nuestra cultura occidental. Aquí tenemos una magnífica tarea constructora de puentes.
-¿La religión tiende a desconfiar de los avances científicos? ¿Y al contrario?
-Efectivamente, todavía se percibe desconfianza, reticencias, reproches y resentimientos que llevan a conflictos, violencia y exclusiones. La historia de las relaciones entre los avances científicos y las tradiciones religiosas ha sido turbulenta e incluso, a veces, violenta y cruel por ambas partes. Superar el trauma histórico del conflicto y del enfrentamiento no es fácil. Tal vez –siendo optimistas- en los albores del siglo XXI puedan abrirse ventanas a la esperanza. Nuestra sociedad tiende a ser más tolerante y permisiva. La Teología va siendo cada vez más un cuerpo de doctrinas más flexible y abierto a los retos de las culturas. Y las ciencias, tanto las ciencias de la naturaleza como las que Dilthey llamó las ciencias del espíritu, las humanidades, las ciencias sociales, adoptan metodologías más polimórficas. Como ha escrito el filósofo Antonio Martín Morillas (Facultad de Teología de Granada), el polimorfismo epistemológico parece abrirse camino. En este sentido, soy optimista. No niego que todavía hay conflictos y enfrentamientos entre ciencia y religión. Pero se abren muchas vías de diálogo, de acercamiento. La llegada del papa Francisco a Roma, que duda cabe, está cooperando a la distensión, al diálogo, a la comprensión y a la tolerancia. La cultura del amor y la alegría, proclamada desde la Evangelii Gaudium, puede dar lugar a frutos muy saludables para el catolicismo, las religiones y también para las ciencias.
-¿El diálogo entre ciencia y religión es posible? ¿Es sólo para minorías y no llega al gran público?
-En la sociedad occidental y oriental se están construyendo muchas plataformas de diálogo entre ciencia y religión. Desde China, India, Rusia hasta EEUU, Latinoamérica y Europa del Sur. Desgraciadamente, esas plataformas son escasas en el mundo musulmán por las especiales características de esas culturas. Pero el tiempo es siempre un elemento que juega a favor de la erosión de las rocas más duras. Por tanto, cada vez hay más espacios de diálogo. El Atrio de los Gentiles, inaugurado por Benedicto XVI en 2009 fue un hito muy importante que, durante 2014, se ha ido repitiendo en varias regiones de la Tierra. Creyentes y no creyentes comparten sus vivencias comunes intentando construir juntos una sociedad abierta y tolerante.
Aunque este diálogo, con frecuencia, solo llega a unas minorías, cada vez son más los hombres y mujeres de todas las culturas interesados en participar en un debate que, poco a poco, va calando. Se percibe que la construcción de paradigmas donadores de sentido con validez lo más amplia posible no es ya una tarea de expertos, sino de gentes de todas las culturas. Lo que está en juego no es una verdad, sino la posibilidad de una convivencia en paz en una ciudadanía respetuosa con el medio natural.
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