22 Mar Calidad educativa y tecnología
No creo que tenga mucho sentido el debate sobre la conveniencia o no de incorporar los recursos tecnológicos en el ámbito escolar. Si no lo hacemos, estaremos contribuyendo a una nueva y profunda marginación y estaremos cultivando un nuevo analfabetismo que impedirá acceder a los nuevos lenguajes y a las fuentes más importantes de una información hoy inabarcable que se crea y recrea sin cesar. Por ello, hay que aplaudir y reconocer el hecho de que los niños de las escuelas populares puedan contar con sus canaimitas y de ese modo superar la “brecha digital” que los separaba de los niños de las familias más pudientes y profundizaba más el abismo entre ellos.
La escuela tradicional, que siempre ha mostrado una gran desconfianza ante las innovaciones, debe perder el miedo a las computadoras, a las nuevas tecnologías y a los cambios que involucran las nuevas formas de leer y escribir en la sociedad de la información. Además, si no lo hace, va a alejarse cada vez más del mundo de los niños y jóvenes que han asimilado con toda naturalidad estos nuevos lenguajes y se mueven como peces en el agua en el mundo virtual. Niños y jóvenes están aprendiendo, jugando, leyendo, escribiendo en otros soportes. De ahí la necesidad de que la escuela no sólo se adapte a los nuevos tiempos e incorpore críticamente los nuevos instrumentos, sino que afiance su papel primordial de hacer de todos los alumnos lectores críticos y autónomos, única forma de garantizar un uso adecuado de las nuevas tecnologías.
Para decirlo de un modo bien claro, hoy es absurdo desconocer el papel de las nuevas tecnologías y los cambios que ellas implican: O las usamos para nuestro servicio, o corremos el peligro de quedar excluidos en esta sociedad informatizada. Pero la necesaria alfabetización tecnológica no debe ser sólo capacitación técnica para saber utilizar los nuevos instrumentos, sino sobre todo capacitación pedagógica y capacitación ética para utilizarlos apropiadamente y convertirlos en fuente de nuevos conocimientos y de crecimiento personal y comunitario.
En general, la dotación de computadoras a las escuelas se está haciendo de un modo poco crítico y pedagógico y sin la debida formación de los docentes y tiene fundamentalmente un carácter propagandístico; por ello, está contribuyendo muy poco a la mejora de la educación. Muchos ponen computadoras como una forma de prestigio o de modernización de la escuela sin tener muy claro lo que se busca con ellas. Quien piense que conectarse a Internet supone algún progreso o entraña algún aumento de conocimiento es un iluso pedagógico. En la red se encuentra sólo lo que se sabe leer. El analfabeto funcional lo seguirá siendo conectado o desconectado. Sólo lectores competentes podrán navegar con rumbo seguro en el océano de Internet. Muchos de los que aseguran estar navegando en Internet, están más bien naufragando pues andan perdidos, sin rumbo, chocando en cualquier escollo, o utilizan las grandes posibilidades de la red para chateos superficiales y frívolos. De nada sirve el enorme caudal de información si no sabemos leerla y apropiarnos de ella para convertirla en conocimiento. Y esto, entre otras cosas, supone un buen bagaje cultural, y hoy, si bien vivimos intoxicados de información, cada vez somos más y más ignorantes. Por ello, yo suelo citar con frecuencia el verso doliente del poeta Elliot: “¿A dónde fue la sabiduría que perdimos con el conocimiento, a dónde el conocimiento que estamos perdiendo con la información?”
Si para algo sirven los programas de concursos, tan frecuentes en la televisión, es para asomarnos al abismo de la ignorancia de las personas. Hoy, muchos identifican a Miguel Ángel sólo con un virus informático y a Homero con ese personaje grotesco que es el padre de los Simpson. De ahí la tremenda importancia del educador. La docencia es un proceso de relación entre un maestro y sus alumnos para que los alumnos construyan sus conocimientos, sus relaciones y su vida. Y en eso no hay tecnologías que los sustituyan. Los alumnos manejan bien el computador, chatean bien, entran bien en redes sociales, saben buscar información, pero todavía eso no supone construir conocimiento ni vida: “No por mucho navegar se aprende más o se es mejor”. El maestro debe aportar ese plus, propio de él, de ver cómo a través de la red el alumno construye su conocimiento en sociales, en matemáticas, en arte y sobre todo, va haciéndose una persona más responsable y solidaria.
(*) Antonio Pérez Esclarín es pedagogo, filósofo, educador y formador de formadores. En la actualidad dirige el Cento de Formación e Investigación P. Joaquín, coordina el Proyecto de Formación de Educadores Populares de la Federación Internacional de Fe y Alegría y es profesor investigador del CEPAP de la Universidad Nacional Experimental Simón Rodríguez de Caracas
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