04 Oct Entrevista a la superiora general Socorro Cabeza
E1 pasado mes de abril tuvo lugar en Sant Cugat del Vallés el XXV Capítulo General de la Congregación. En él, tras ocho días de ejercicios espirituales ignacianos, se eligió a la nueva Superiora General y a su equipo de Consejeras. Hemos tenido la ocasión y el privilegio de hablar con la nueva Superiora General, la H. Socorro Cabeza, quien generosamente nos ha dedicado todo el tiempo que le hemos pedido.
-¿Cuál fue el camino que le hizo descubrir su vocación religiosa?
Muchas veces he pensado en ello cuando analizo mi trayectoria personal. Lo que me evoca mayor riqueza de vivencias es, sin duda, mi familia. La experiencia del amor es una experiencia fundamental. Somos cinco hermanos y eso me enseñó mucho: compartir, discutir, divertirnos juntos, ceder, pensar en el otro, callar a tiempo… Mi madre, siempre entregada, siempre atenta, siempre allí donde hacía falta; y mi padre… En el trasfondo de mi vocación está siempre él. Heredé su sensibilidad espiritual y he intentado vivir con la misma coherencia de vida con la que él vivió. Ese fue el camino.
-¿Por qué tras Alberta Giménez?
Por una de esas maravillosas «causalidades» que ocurren en la vida. Gracias a un destino en el trabajo de mi padre, nos encontramos mis hermanas y yo matriculadas en el Colegio de Madre Alberta, por aquel entonces en la Vía Alemania de Palma.
Después del impacto inicial que supuso para mí cambiar de ciudad, de casa, de colegio y sobre todo de amigos (tenía entonces 15 años y era sumamente tímida) fui adaptándome poco a poco a un ambiente nuevo. Fueron años cruciales en mi formación: los profesores, las hermanas, el ambiente, mis compañeras de clase… Guardo de todo un gratísimo recuerdo. Después vendría la Escuela de Magisterio. Descubrí por un lado mi vocación y por otro la atracción por la enseñanza, es más, creo que fueron creciendo juntas. Allí me encontré, a través de las hermanas, con la Madre.
-¿Cómo vive usted hoy el carisma de Madre Alberta en su quehacer cotidiano?
La Madre fue una mujer habitada por un ardor y amor a Cristo tan grande que superaba todo lo que se le pusiera por delante. Reflexiono con frecuencia sobre su abandono a la providencia. Eso es lo que más me interesa de ella. Su carisma fue y es (porque sus hijas así lo queremos vivir) la educación humana y cristiana de los niños y jóvenes de todas las clases sociales. Intento impregnarme de él todos los días, que llene mis jornadas. Nunca es suficiente el tiempo que dedicas a reflexionar sobre cómo seguir siendo fiel al carisma, y reconocer que su impulso no fue temporal, sino profético. Nuestra voluntad es tener la valentía de renovarlo, actualizarlo, hacerlo atractivo a los jóvenes de hoy. Ese es el reto.
-¿Cómo ve en un futuro próximo a la Congregación en el mundo, es decir, qué papel ha de desempeñar en la sociedad del siglo XXI?
Veo el futuro con mucha ilusión. Creo que la Congregación, gracias a la colaboración activa de cada una de nosotras, gracias a ese deseo de no vivir al margen de la sociedad, gracias a nuestro empeño por vivir en constante actualización, puede afrontar los cambios de nuestro mundo y atender a sus clamores, a sus carencias, a esas nuevas realidades que nos interpelan, y darles respuestas desde la educación, desde cada uno de nuestros colegios y obras sociales.
-¿Qué sueña Ud. para La Pureza?
No creo que sea posible una vida sin sueños, los sueños nos sacan de nosotros mismos y nos ponen en camino. Luego habrá que inventar las formas de hacer realidad esos sueños. Para mi Congregación lo sueño todo. Sueño que las hermanas pongamos pasión. Pasión por Dios, por la humanidad, por nuestros niños, adolescentes, que pongan pasión en todo lo que hagan. Y la pasión tiene que cogerte por dentro, y te coge o no te coge. Quizá en la sociedad mallorquina se aprecia claramente el cambio de valores (o simplemente la pérdida) que vive la juventud actual.
-¿Cuáles cree Ud. que son los valores que la juventud ha perdido, por cuales los ha sustituido y por qué ha ocurrido?
Creo que responder a esta pregunta me llevaría una tesis. La juventud de hoy debe enfrentarse a retos tremendos: el deterioro de la naturaleza, la fortísima competencia laboral, el abandono de los mayores, la violencia, el poco valor que se le da a la vida, el consumismo, y podríamos seguir. Se han perdido algunos valores fundamentales pero, ciertamente, los jóvenes actuales tienen un elenco de valores muy serio: la solidaridad, la sinceridad, la coherencia, la transparencia, la interculturalidad, nuevas capacidades para el mundo tecnológico, una conciencia más global, un espíritu más universal… Yo creo que es importantísimo aceptar a los jóvenes como son, quererlos, estar con ellos, apoyarlos en sus fortalezas, ayudarles a crecer…ellos tienen una gran capacidad de observación y mucho espíritu crítico y aunque tienen miedo al compromiso porque ven mucho fracaso a su alrededor, tenemos que ser capaces de testimoniar ante ellos los valores eternos y perdurables. Hemos de ayudarles a ser conscientes de la propia dignidad que tienen tan sólo por ser personas; del valor y posibilidad que su vida tiene para Dios, para los demás, para los que están a su lado y para el mundo.
En el trasfondo de mi vocación está mi padre. Heredé su sensibilidad espiritual y he intentado vivir con su misma coherencia.
-¿Cómo cree Ud. que sería hoy en día el mejor modo de evangelizar?
Sin duda creo que tenemos que dar un testimonio impresionante de fidelidad y de coherencia al Evangelio, dejándonos interpelar continuamente por la Palabra y los signos de los tiempos. Estoy convencida de que allí donde existan comunidades de hermanas maduras, abiertas, acogedoras, sencillas, preocupadas por los otros, estas comunidades sólo por su estilo de vida, serán invitación a vivir de otra manera.
– Estamos experimentando mucho movimiento entre las hermanas, muchos destinos. ¿A qué se debe? ¿Qué desea con ello?
Creo que nuestras comunidades tienen que dar ejemplo de diálogo y de comunión en un mundo tan dividido. Es en la comunidad donde aprendemos a despojarnos y a acoger al otro con su riqueza particular, no sólo de cultura y nacionalidad, sino también de edad. La movilidad de las hermanas entre los distintos continentes, países y provincias favorece ese intercambio. Lo he pensado y reflexionado, conlleva su riesgo, pero te hace fuerte, te da gran sabiduría espiritual. No creas que es fácil, nos cuesta, no por el lugar sino por las relaciones que adquirimos con nuestros alumnos, profesores, familias, amigos, hermanas de comunidad, con las que compartimos vida, ilusiones, misión. No renunciamos a la amistad, a mí personalmente los amigos me dan serenidad y siempre quisiera dedicarles más tiempo. Las hermanas somos conscientes y a pesar de todo estamos dispuestas a ir a cualquier parte del mundo donde la misión nos reclame.
-¿Cómo ve el papel de los laicos en la Iglesia actual y en la futura? Y concretamente en su Congregación.
Nosotras tenemos un gran deseo de compartir con los laicos nuestro carisma, nuestra misión y espiritualidad. Sin duda será un gran enriquecimiento mutuo y una gran ayuda en nuestra tarea evangelizadora. A raíz de nuestro último Capítulo General se gestó la idea de crear el Movimiento Laical «Familia Albertiana». Estamos dando los primeros pasos en esa línea con la ilusión de que con el tiempo desemboque en una rama laica de la Congregación. Como ves, un papel apasionante. Deseamos que los laicos vivan nuestro carisma en primera persona, desde su estado, y lo hagan suyo. Pureza de María es un carisma para hoy, para el joven de hoy, para la familia de hoy, para el mundo de hoy. Todo ello fruto de la acción de Espíritu que mueve nuestra Congregación.
-Madre Alberta en el Congo ¿Cuál es su proyecto allí?
La promoción del país por medio de la educación, la atención a necesidades básicas, colaborar en la erradicación de las tremendas injusticias sociales, la atención especial a la mujer y a los más desfavorecidos. En este momento, nuestra atención se centra sobre todo en el crecimiento de la Congregación con hermanas nativas que ya tienen puestos de responsabilidad en los colegios y comunidades, en la sostenibilidad de las obras para conseguir que no dependan siempre de la limosna de los países ricos.
El Congo cuenta con nuestra presencia, con nuestra dedicación, con nuestro esfuerzo. La Pureza, el carisma de Madre Alberta también se hace más grande, más pleno, más «universal» en África.
-En todo amar y servir, así resumía S. Ignacio su finalidad. Si tuviera que expresar el carisma específico de Madre Alberta en una sola frase, ¿cuál sería?
«Formemos en nuestros alumnos convicciones y sentimientos, haciendo que por sí mismos huyan del mal y anhelen el bien».
La Madre fue una mujer habitada por un ardor y amor a Cristo tan grande que superaba todo lo que se le pusiera por delante.
Esta entrevista de Pilar Bustamente se publicó originalmente en la edición nº134 de Mater Purissima (OCTUBRE 2009).
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