19 Mar Madre Armas
Madre Armas es la primera empezando por a derecha de las que están de pie
Una nieta de Madre Alberta, Pilar Civera, se educó junto a ella en el colegio de La Pureza de Palma. Hoy, el nieto de Pilar, Gonzalo de León, que vive en Zaragoza, con motivo de la muerte de la Madre Armas, escribe a la hermana Bárbara (superiora actual de la comunidad de Casa Madre) la siguiente carta:
Querida Madre Bárbara,
Acabo de enterarme por mi Tía Pili de la triste, demasiado triste, noticia. No sé ni por dónde empezar, ni qué decir. Se me han secado las palabras y, en parte, el corazón también. Había pensado enviar un telegrama a Casa Madre y a la General y hacer una llamada pero estarán tan ocupadas y necesito expresar tanto que he recurrido a la tecnología para enviarles el pésame de Ana, el de toda mi familia de Zaragoza y el mío propio.
Como es de suponer, tengo amigos sacerdotes con los que me relaciono habitualmente y les tengo a ustedes, mi familia de la Pureza. Nunca he logrado comprender lo bien que soportan este sufrimiento de perder a alguien tan cercano y querido. Debe de ser que el amor a Dios protege y prepara para estos desgraciados acontecimientos. Por lo que veo, me queda mucho camino para comprenderlo.
Debería estar feliz de tener dos madres en el Cielo pero en estos momentos me abate la pena de perder a una de las dos que me quedaban en la Tierra. Ahora sólo me queda mi suegra Alicia que me acogió como a un hijo más. Tengo tarea a partir de esta noche, va creciendo la lista de Ángeles a quién rezar junto a mi Abuelita. Primero fue mi abuelo Joaquín (mi héroe); luego el enfermo y bueno de mi hermano Javi; mi madre se fue corriendo a cuidarlo y desde entonces, siento como me lleva aún más fuerte cogido de la mano. También me dejó mi confidente y amiga, la Madre Juan que escrutó con su inteligencia a Ana para comprobar si era la perfecta mujer que debía compartir mi vida como sólo lo hace una madre. Hace poco, todos perdimos a Madre Pizá, la monjita elegante y humilde que abanderaba la alegría. Era tanta la bondad que tenía que le rebosaba por sus bonitos ojos y su sonrisa perenne.
Hace unos meses cuando les visité en Palma, noté algo especial en la mirada de Madre Armas, en sus gestos y en la forma diferente de cogerme y de querer estar en constante cercanía. Quizá sean imaginaciones mías, quizá sea lo que quiera y necesite suponer, fuera quizá el sueño que quiero guardarme de la última vez que estuvimos juntos, pero ella se estaba despidiendo de mí, lo sé. Así, se lo dije a mis amigos al salir por la verja y así lo lloré para dentro al caminar la empedrada cuesta de la Pureza.
Es posible que cometa un feo, pero estoy convencido que, aún siendo todas las Hermanas el vivo reflejo de su Fundadora, siento que Madre Armas es la otra Madre. Es muy complicado explicarlo. Tampoco sé si lo sienten ustedes igual que yo, pero ella era especial, le envolvía un áurea con demasiado brillo para ser normal. Dos palabras suyas mirándote, mientras te cogía de la mano, era la mejor medicina del mundo. Te curaba el cuerpo y el alma.
Desgraciadamente, yo no conocí a mi Abuelita pero creo haberla conocido a través de la Madre Armas. Estando en la mili, una tarde de las que pasaba en el saloncito de la Casa, de charrada con mi amiga Madre Juan, esta me anunció que iba a conocer a la Madre General. Cuando entró por la puerta con la Hermana Antonia y con usted, Madre Bárbara (el séquito de la fortaleza hecha corazón), y nos sentamos en el sofá de “gala”, y me comenzó a hablar como si fuéramos familia y siempre hubíeramos estado juntos, comprendí que estaba al lado de un verdadero Ángel o quizás, de una auténtica Santa.
Madre Bárbara: ya son muchos años desde que nos conocemos. Me cuidaron y casi mimado; sabe que ustedes son para mí como de mi propia familia, aunque peque de no comunicarme más. Quiero que sepa que les tengo siempre en mi recuerdo y les quiero muchísimo. No dispongo ahora del correo de la Madre General, imagino que se encontrará en la Casa Madre, le ruego haga extensivo el pésame a ella como cabeza de la Congregación, así como al resto de Hermanas, las amigas, las conocidas y las que no conozco todavía.
Sigan rogando por nosotros que falta nos hace.
Reciba un fuerte y cariñoso abrazo,
Gonzalo de León, Tataranieto de Madre Alberta
Esta carta se publicó originalmente en la edición nº132 de Mater Purissima (marzo 2009)
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