14 Nov Conocer a la Madre: anciana, un ejemplo hasta el final… (IV)
Madre Alberta dimite del cargo de superiora general el 20 de agosto de 1916, después de 46 años de gobierno y 79 de vida. La renuncia es aceptada atendiendo a su falta de vista y a sus pocas fuerzas, pero lleva consigo un dolor profundo de aquellos que la conocen.
Cuando alguna hermana preocupada por su salud le dice que no debe trabajar, contesta: “No tengo ojos, pero tengo dedos”. No le importa sacrificarse en nombre de las demás. Su felicidad está realmente en la de las demás. Así es como Madre Alberta, tanto en los años de descanso como en los años de actividad, sigue siendo con otros matices, pero con la misma intensidad, el alma de la Congregación.
Madre Alberta, ahora que se ha retirado, se entrega al recogimiento y a la oración. Vive durante seis años en Palma, en una habitación especialmente preparada para su delicada salud. Sigue en todo la vida de la comunidad a pesar de lo avanzado de sus años y, si en algún momento le ofrecen que no haga algo por su estado, ella responde con gracia y sonriendo: “Cuando sea vieja del todo y no pueda seguir a la comunidad, lo sentiré mucho. Déjeme ahora cumplir en lo que pueda”. Cuatro años lleva de descanso cuando su tranquilidad se ve interrumpida por una explosión de cariño. Poco falta para el mes de mayo de 1920. El primero de mes se cumple el 50 aniversario de su entrada en la Pureza.
Las antiguas alumnas quieren ofrecerle un homenaje de gratitud. En la prensa publican: “El sábado, en el Real Colegio de la Pureza, empezaron las fiestas, que terminan hoy, en conmemoración de las bodas de oro de la Rvma. Madre Alberta Giménez, ex superiora general del Instituto de religiosas de la Pureza de María Santísima.”
Por eso, iba a la cocina para ayudar a mondar patatas y a desgranar guisantes. Mientras trabaja, enseña oraciones a las hermanas, transformando los granos de guisantes en cuentas de rosario al pasar por sus dedos. Mallorca entera se vuelca en este acontecimiento. Madre Alberta es conocida como una excelente maestra y sobre todo como una madre para todos. Terminada la celebración, vuelve a su habitual retiro.
El 21 de marzo de 1922, la Madre se agrava y quiere recibir el Santo Viático. Consigue recuperarse, aunque progresivamente va perdiendo fuerzas. En los últimos 36 días no habla. ¿No puede o no quiere hablar? Muchas hermanas sospechan que la Madre no quiere hablar, que su silencio es una penitencia que se ha impuesto.
La religiosa que le sirve refiere el siguiente caso: “Un día recibió carta de una sobrina suya pidiendo que la encomendara a Dios. Espontáneamente, iba a preguntar Madre Alberta por la salud de la sobrina, pero dejando la palabra a medio decir, se calló”. No sabemos si el largo tiempo de silencio de la Madre es impuesto por Dios, o si es ella misma quien se lo pone por amor a Él. Nos inclinamos a creer que es un sacrificio espontáneo, ya que en la agonía pudo rezar. Bondadosamente sigue las conversaciones, agradece las palabras cariñosas que le dirigen, pero no contesta. Es decir, contesta pero con un lenguaje peculiar.
Un tierno recuerdo de una religiosa: “En una ocasión entró en el cuarto la Madre Arrom y le dijo ‘Reverendísima Madre, dígame algo’. Y le cogió las manos con gran cariño, como si quisiera calentárselas. La Madre contestaba con ademanes llenos de ternura y agradecimiento. Esta escena me conmovió, pues nunca había visto entre ellas tales demostraciones.”
Madre Alberta quiso que la última palabra de su vida fuera la presencia de Jesús hecha Pan. Dice la Madre Montserrate: “El 4 de diciembre recibe la Madre la Extrema Ución dándose cuenta de lo que recibía, pues conservaba sus facultades, pero sin haber recobrado el habla”. Y la Madre Isabel Nadal: “El 21 de diciembre de 1922 (…), entregó plácidamente su espíritu en manos del que siempre había sido su fin y término de todas sus aspiraciones, blanco de todas sus empresas y dueño absoluto de su corazón.”
El 21 de diciembre Madre Alberta descansa en manos de Dios. Su cuerpo es depositado en el cementerio de Palma. Son muchos, hombres y mujeres de toda la isla, los que acuden a darle el último adiós. La Madre ha muerto, pero su espíritu, su carisma, el que en vida la movió a fundar una Congregación dedicada a la educación, permanece vivo, sigue creciendo.
Este artículo de Débora Vidal, rp, se publicó originalmente en la edición nº128 de Mater Purissima (noviembre 2007).
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