14 Jun Conocer a la Madre: consagrada, llamada a… (III)
«Ven y sígueme». Vocación como regalo. Habrás oído hablar de apariciones, momentos de la historia en los que Dios se aparece a los hombres y les habla oculto en una nube, en sueños. Sin embargo, Dios normalmente se manifiesta de otras maneras: a través de los acontecimientos, de las personas, incluso en tus propios pensamientos e inquietudes.
Algunos opinan que los acontecimientos no son más que coincidencias. Otros te dirán que la fuerza proviene de uno mismo y que Dios es sólo un invento, pero entonces… ¿cómo es capaz una persona de dejar todo lo que tiene —familia, amigos,…— y dedicarse a los demás? No, no basta con ser generoso, aunque hay que serlo para entregar la vida. Además, tiene que haber ese «algo», ese «alguien», llámale Dios o llámale amor, que te empuja, que te llama, que te llena y te vacía, que vive dentro de ti y te invita a vivir dentro de Él, que te desconcierta y te da paz.
¿Verdad que cambia la visión de algo cuando te sientes escogido? Cuando te eligen a ti para hacer algo importante no reparas en las dificultades, pues la ilusión es mucho más grande. Sientes una cierta confianza, ya que sabes que los que te han elegido lo han hecho porque en ti han descubierto unas cualidades que te llevarán al éxito. Lo mismo ocurre con Dios, que nos conoce mucho mejor que nosotros mismos y, por tanto, nos prepara para una misión muy importante. A nosotros, nos toca ir descubriéndola. Alberta Giménez sabe que la vida religiosa no es una misión fácil.
Supone una entrega total y exclusiva a Dios, sin reservas, aunque las dificultades del camino no vayan a faltar. Optar por la vida religiosa es seguir a Cristo de la forma más radical que existe. La invitación de Jesús —»ven y sígueme»—implica un compromiso total. Cuando quieres a alguien, y tu amor es correspondido, esa persona centra tu existencia. Y el amor te lleva a olvidarte de ti mismo: «Haced Dios mío que no desee ni busque nunca más que serviros en la forma en que vos queréis».
Madre Alberta quiere hacer suya la forma de vida de Jesús. ¿Y cómo se hace vida la forma de vida de Jesús? Dentro de la vida religiosa, Dios llama a cada uno a algo distinto, pero hay tres rasgos comunes: los votos, que son unos compromisos que la persona que desea consagrarse al Señor debe adquirir y hacer vida en su día a día para vivir como lo hizo Jesús, en pobreza, castidad y obediencia.
Los tres compromisos Vive la pobreza aún en las cosas más pequeñas, en lo cotidiano, sin exageraciones, viviendo así en mayor unión con Jesús pobre. «Hemos de ser muy amantes de la santa pobreza».
La castidad es una elección. Voy a poner un ejemplo: imagínate que vas a empezar la universidad. Supón que escoges Medicina. Cuesta porque tienes que estudiar muchísimo. Pero, pese a privarte de alguna noche de fiesta para pasar horas investigando en libros, haciendo prácticas y consultando, haces lo que te gusta, lo que tú has elegido y eso compensa todo lo demás.
A vosotros, que pese a lo que muchos piensan, sois capaces de valorar y admirar tantas vidas gastadas en amar a Dios y hacer el bien a los demás
Por otro lado, si has elegido estudiar Medicina, no se te ocurre pensar que, porque estás estudiando Medicina, has tenido que dejar de hacer la carrera de Arquitectura, la de Biología o la de Literatura. ¡No! Porque estudiar una no es una renuncia a las demás, sino lo que tú has elegido porque te gustaba. Con la castidad pasa algo parecido, aunque no se puede comparar una carrera con una opción de vida. A los religiosos, no es que no les guste el matrimonio o la idea de crear una familia.
Han encontrado un amor diferente y, con tal de seguir ese amor, son capaces de dejarlo todo. Así vivió Madre Alberta, esforzándose para que su corazón fuera sólo de Dios.
Y, finalmente, la obediencia. La palabra «obediencia» significa «escuchar con atención». Más de una vez, se ha confundido la obediencia con el hacer lo que otros mandan. La obediencia es más compleja. Quien es obediente, es libre, y el que es libre es responsable. El que es obediente «escucha», atiende a lo que se le pide y responde a ello, se compromete.
Es decir, no hace las cosas porque se las hayan mandado, sino que libremente responde a lo que se le pide. Por eso es más difícil. Obedecer es cumplir la voluntad de Dios en todo y siempre. Para seguir a algui es imprescindible confiar en , tener la certeza de que estará contigo siempre, tanto en los buenos momentos como en los difíciles. Nos encontramos con Dios, que nunca falla. Pero a Dios no lo vemos y eso exige una confianza ciega. Para confiar en Dios, es necesario poner la fuerza en Él. Hay que ser humilde: «La verdadera humildad acometerá cualquier empresa por ardua y dificultosa que sea, porque como no fiaré conmigo estaré segura de poderlo todo con Dios». La confianza es una semilla que hay que cuidar si queremos que crezca. ¿Y cómo se cuida?
Acudiendo a la oración, al encuentro con Dios. Para confiar en alguien, necesitas conocerle, tratarle, notar su presencia. Con Dios pasa lo mismo: hay que dedicarle tiempo. ¿Te cuento un secreto? Creo que es la clave de la confianza de Madre Alberta en Dios. Descubrió la misericordia de Dios. ¿Verdad que, de un amor así, no se puede desconfiar?
A vosotros, religiosos y religiosas que incansablemente seguís ofreciendo al mundo el amor y la misericordia de Dios. Gracias por vuestra entrega de vida
Este artículo de Débora Vidal, rp, se publicó originalmente en la edición nº127 de Mater Purissima (junio 2007).
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